Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad”.Daniel 3:17.
Lectura diaria: Daniel
3:1-30. Versículo principal: Daniel
3:17.
REFLEXIÓN
Actualmente nos podemos ver
enredados en cuanta cosa mundana existe porque lo que pulula en todas las
esferas y ámbitos sociales es infortunadamente magia, espiritismo, hechicería y
otras prácticas satánicas de las cuales Dios quiere que nos apartemos completamente. Como Satanás es el “engañador” y “mentiroso”
por excelencia, hace creer que él tiene poder para sanar, para adivinar la
suerte, para atraer al alejado, para ganarse loterías, etc., etc., y la gente se lanza como novillos al matadero porque si
bien es cierto que puede sanar por ejemplo (él copia fácilmente los dones del
Espíritu), más adelante las consecuencias serán completamente destructoras.
Los cristianos tenemos que ser en
esto muy consistentes y así nos tilden de locos o fanáticos no podemos dar el
brazo a torcer en nuestras convicciones porque entendemos exactamente lo que
dice Dios en su Palabra respecto a estas abominaciones que tanto le ofenden
(Deuteronomio 18:9-13). En los tiempos
de Daniel, tanto él como sus amigos se propusieron no dejarse contaminar por
las prácticas de los babilonios aunque estaban viviendo en medio de ellos a
consecuencia de la cautividad (Daniel 1:8-16).
El rey Nabucodonosor de Babilonia mandó hacer una estatua de oro y
ordenó que todos los habitantes de allí al oír tocar los instrumentos
musicales, deberían inclinarse ante ella y adorarla bajo la pena de ser
arrojados a un horno de fuego si la desobedecían (vv. 1-6 en la lectura). Sadrac, Mesac y Abednego (amigos de Daniel),
se abstuvieron de hacerlo porque sabían fielmente lo que se les había enseñado:
“No tengas otros dioses además de mí. No hagas ningún ídolo ni nada que guarde
semejanza con lo que hay arriba en el cielo, ni con lo que hay abajo en la
tierra, ni con lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni los adores. Yo el Señor tu Dios, soy un Dios celoso”
(Éxodo 20:3-5 y Deuteronomio 5:7-9). Ellos
resueltamente le contestaron al rey: “–¡No hace falta que nos defendamos ante Su Majestad! Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios
a quien servimos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad” (v.
16). La consecuencia no se hizo esperar
y fueron arrojados al horno. Sin
embargo, Dios envió su ángel que los cuidara y no sufrieron el menor daño, ante
lo cual el rey no tuvo más que reconocer que el Dios de ellos era inigualable y
exclamó: “¡Alabado sea el Dios de estos jóvenes que envió a su ángel y los
salvó!” (v. 28). El efecto de su obediencia
fue que el rey decretara lo contrario: “Por tanto, yo decreto que se
descuartice a cualquiera que hable en contra del Dios de Sadrac, Mesac y
Abednego, y que su casa sea reducida a cenizas, sin importar la nación a que
pertenezca o la lengua que hable. “¡No hay otro dios que pueda salvar de esta
manera!” (v. 29).
¿Será que nosotros somos capaces
de hablar con ese denuedo, aun a sabiendas de que si Dios no aboga librándonos
nuestra fe no va a cambiar? Ellos
afirmaron lo siguiente: “Pero aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa usted
que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua” (v. 18). Era la vida misma de ellos la que se estaba
poniendo en riesgo y no se atemorizaron.
¿Cuántas veces por cosas más triviales como por poder, dinero o amor se
aceptan condiciones que van en contra de la Palabra de Dios? Reflexionemos sobre esto y entendamos que
Dios respalda a sus hijos cuando se le obedece integralmente.
Amado Señor: Llénanos con tu
Santo Espíritu para tener en todo momento y ocasión de manifestar tu Nombre con
intrepidez, coraje y arrojo como el Dios sin igual que eres.
Un abrazo y bendiciones.
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