martes, 31 de marzo de 2009

¡Me sedujiste Señor, y yo me dejé seducir!


¡Me sedujiste Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste.
Jeremías 20:7.


Definitivamente cuando el Señor lo toca a uno y lo enamora, es difícil hacerse el desentendido. Es tan sutil su amor y ternura, tan suave su llamado y tan fascinante su devoción que al igual que Jeremías yo puedo decir: ¡Me sedujiste Señor y yo me dejé seducir!
¿Cómo no hablar de ti cuando mi corazón estalla en agradecimiento? ¿Cómo no gritar que te amo y que eres la fuente de mi vida? ¿Qué eres mi dulce Pastor que en verdes campos me haces reposar? ¿Qué aunque ande por valles de sombra y de muerte tú estás a mi lado reconfortándome? Si Señor eres más fuerte que yo, y me venciste. Por eso no puedo callar ni dejar de hablar de ti, así las cosas no resulten como yo las quiero y como las imagine. ¿Cuántas veces he querido como Jeremías mejor callar, pero al igual que él, “tu palabra en mi interior se vuelve un fuego ardiente que me cala hasta los huesos”? Verso 9.
Señor, no importa que no salga el sol. No importa que el médico ordene lo que yo no quiero. El frío también te pertenece y al fin de cuentas ni una hoja se cae, sino es porque tú lo permites. Todo está bajo tu control y TÚ solamente TÚ, eres el dueño de mi vida.
Un abrazo y bendiciones.