martes, 31 de mayo de 2011

Hay que quitarse el velo

El velo no les ha sido quitado, porque solo se quita en Cristo.
2 Corintios 3:14b.


Lectura diaria: 2 Corintios 3:7-8. Versículo para destacar: 2 Corintios 3:14b.


ENSEÑANZA


En el antiguo pacto, los israelitas no podían mirarle la cara a Moisés porque la gloria del Señor se reflejaba en su rostro; Moisés tenía que cubrirse con un velo hasta que poco a poco ese resplandor iba desapareciendo (Éx. 34:29-35). Ahora en el nuevo pacto, Dios nos manda a través del apóstol Pablo a quitarnos ese velo que impide que miremos la gloria del Señor Jesucristo. ¿Cuál es ese velo que nos impide verlo? ¿Amargura, frustración, engaño, mentira, robo, asesinato, etc.? Le demos el calificativo que queramos es simplemente la indiferencia que se tiene hacia Dios, reflejada en cada uno de estos actos que son pecado.

Si ya diste el paso para conocer a Cristo y le entregaste tu vida porque “cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado” (v. 16), entonces, ¿por qué todavía te encuentras bajo el yugo del pecado? Si: “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (v. 17), ¿Qué sucede? Cuando recibimos al Señor le decimos que tome el timón de nuestra vida pero la realidad es otra: no lo hacemos o lo hacemos solamente por un momento y vuelve el ego a tomar el trono de nuestra vida y desplazar al Señor; se nos olvida que el Señor es un caballero y mientras no le entreguemos todas las áreas y tome Él, el control de ellas, no vamos a poder ser verdaderamente libres.

La lección es aprender a despojarnos de ese velo y ser auténticos testigos de Jesús; con el rostro descubierto reflejar la gloria del Señor, permitiendo ser transformados día a día por la acción del Espíritu Santo (v. 18), de manera que se cumpla en cada uno el perfeccionamiento de la obra empezada por Cristo Jesús.


Si tu velo no ha sido quitado es porque no conoces a Cristo. Te invito a que le reconozcas como Dios y Señor para que le glorifiques y des testimonio a otros de tu fe en Él. Lo puedes hacer con una corta oración como ésta:

Señor Jesucristo: Entiendo que soy pecador y vengo a ti para que perdones y limpies mi maldad. Te abro la puerta de mi vida y te pido que tomes el control de ella. Te acepto como mi único y suficiente Señor y Salvador; te entrego cada una de las áreas que me atormentan y me tienen esclavizado, para que me transformes y pueda reflejar en mi rostro tu gloria por la acción de tu Santo Espíritu. Gracias Jesús por hacerlo. En tu nombre oro al Padre Celestial, amén.


Un abrazo y bendiciones.

lunes, 30 de mayo de 2011

El obedecer da vida

Con este propósito les escribí: para ver si pasan la prueba de la obediencia.
2 Corintios 2:9.


Lectura diaria: 2 Corintios 2:5-17. Versículo para destacar: 2 Corintios 2:9.


ENSEÑANZA


La completa obediencia es la que Dios nos exige precisamente para obtener calidad de vida. Cuando desobedecemos nos estamos acarreando nuestro propio mal. La ley fue dada al pueblo de Israel con ese propósito “Les di mis decretos, y les hice conocer mis leyes, que son vida para quienes los obedecen” (Ez. 20:11), y los creyentes en Cristo debemos practicarlos porque redundarán en beneficio. El Señor Jesús vino a darnos vida y vida en abundancia (Jn. 10:10). Una vida nueva que causará un propósito firme hacia Él. Desafortunadamente, el pecado que mora en la humanidad no permite gozar esa vida y más bien pareciera que cada día el hombre tratara de alejarse más de su Creador. Es tan difícil obedecer que ese fue el pecado que nos separó completamente de Dios, cuando Adán y Eva pecaron en el paraíso; podían comer del fruto de todos los árboles, menos del árbol que estaba en medio del jardín que era el árbol del conocimiento del bien y del mal, ese era el mandato que debían cumplir (Gé. 2:16-17), desobedecieron y entonces entró el pecado al mundo. Es mi apreciación personal que si no hubiesen pecado, el hombre tendría vida eterna desde el comienzo de la creación, pero por causa del pecado, Dios tuvo que poner querubines para custodiar el árbol de la vida (Gé. 3:24).

Bueno, pero el caso es que se pecó y todos llevamos ese signo. Dios en su infinito amor y misericordia nos prometió un Redentor, su propio Hijo quien vino a la tierra hace dos mil años y por Él podemos acceder a la vida eterna. Solamente a través de Jesucristo podemos llegar al Padre y por lo que Él hizo por nosotros, acatar sus órdenes y mandatos que nos darán la verdadera vida. Ya no estamos bajo la ley, estamos en el período de la gracia, hay un nuevo pacto; nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con el Señor para destruir el pecado, por consiguiente estamos comprometidos con la ley de Cristo (1 Co. 9:21). La obediencia verdadera va arraigada a la fe (He. 11:8). Si nos cuesta trabajo obedecer pidámosle ayuda al Espíritu Santo quien nos dotará de todo su fruto y nos concederá el dominio propio para afrontarla, de esta manera gozaremos de una vida plena.


Jesús es el único camino que tenemos para alcanzar la salvación. Él murió en nuestro lugar y vino a rescatarnos de las garras del infierno; se hizo obediente en todo mediante el sufrimiento y consumada su perfección, es el autor de la salvación para todos los que le obedecen (He. 5:8-9). Mi pregunta es: ¿Deseas conocerle para que te enseñe la ruta de la obediencia? Si es así, te invito a orar de la siguiente manera:


Amado Jesús, yo te necesito. Te abro la puerta de mi corazón para que seas mi Señor y Salvador. Toma el control del trono de mi vida y hazme la persona que quieres que yo sea. Gracias por perdonar mis pecados y llevarme contigo hacia la vida eterna. Enséñame tu Palabra para que aprenda a obedecerte y hacer tu voluntad, gozando de la vida abundante que me prometiste. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

domingo, 29 de mayo de 2011

Nuestro Dios consolador

Quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.
2 Corintios 1:4.


Lectura diaria: 2 Corintios 1:3-11. Versículo para destacar: 2 Corintios 1:4.


ENSEÑANZA


Definitivamente nadie puede consolar si no ha sido consolado. Gracias a Dios tenemos al Señor Jesucristo en quien somos partícipes de sus sufrimientos y a la vez gozamos de su abundante consuelo (v. 5). Siendo el Señor el fundamento de nuestra vida, nos llena de fortaleza y nos sostiene por encima de los vientos y las tempestades que tenemos que afrontar a diario. A veces queremos perdernos del mapa, huir hacia lo más alto, escondernos del mundo y es entonces cuando el Señor aparece para demostrarnos que no importa a dónde queramos escabullirnos, Él se convierte en nuestra roca, nuestro amparo y libertador; nuestro más alto escondite (Sal. 18:2) y estará allí para abrazarnos y restaurarnos nuevamente. “¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia?” (Sal. 139:7); ¡no hay lugar alguno! Su mano misericordiosa estará siempre lista para sostenernos. La lectura del día nos dice que las aflicciones suceden para aprender a no confiar en nosotros mismos sino en Dios, porque Él es nuestra esperanza y seguirá librándonos (vv. 9 y 10). Gracias Señor porque constantemente tengo que asirme de ti y sentir tu presencia para no desmayar. Gracias porque de nuevo, tus promesas se hacen realidad en mi vida.


Jesucristo es el único que puede dar paz y fortaleza aún en situaciones bien difíciles. ¿Quieres conocerle? Te invito a orarle así:


Señor Jesucristo: yo te necesito y aunque he pecado de muchas maneras, tu bendita sangre me limpia de todos mis pecados. Mi pasado no existe más, porque tú haces de mí una nueva creatura. Ven a mi vida, te acepto como mi único Señor y Salvador para que guíes mis pasos y me llenes de tu paz y consuelo. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

sábado, 28 de mayo de 2011

Más sobre mi padre

El Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor.
Salmo 145:8.


Lectura diaria: Salmo 145:1-21. Versículo para destacar: Salmo 145:8.


ENSEÑANZA


¡Perdónenme! Hoy vuelvo hablar de mi padre. Me queda difícil no hacerlo, puesto que anoche se lo volvieron a llevar para su llano, después de confirmarle cáncer en el páncreas y no martirizarlo con cirugías o quimios que lo deteriorarían aún más. Siendo muy realista a pesar de que duele y mucho, se fue a morir en su llanura. No tengo nada que reprocharte papi, yo también como madre he cometido muchos errores y no puedo creerme la excepción. Si por algo murió el Señor fue precisamente porque no había ni un solo justo: “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Ro. 3:23); “No hay un solo justo, ni siquiera uno” (Ro. 3:10); “No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!” (Sal. 14:3b). Todos somos pecadores, solo la bendita sangre del Señor Jesucristo nos justifica. Si es así, ¿Quiénes somos nosotros para criticar a los demás y menos a nuestros padres? Si bien es cierto que yo personalmente no vine a convivir y relacionarme con él sino ya en mi adultez porque siendo muy pequeñita se fue de nuestro lado, he aprendido y gracias a Dios por ello, de que ¿quién soy yo para juzgarlo? Dios perdona a todo aquel que se acerca a Él con corazón contrito y humillado. Sea quien sea, desde el pecador más cruel y sanguinario si se arrepiente, Dios no le cierra las puertas (Ez. 18:21); la muestra la tenemos en aquel villano que estaba al lado de su cruz, se arrepintió y las palabras del Señor fueron: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43); entonces, ¿Por qué juzgar y volver a lo mismos reproches de siempre? Quizá no nos damos cuenta que sobre aquello que juzgamos, también seremos juzgados. Sería bueno preguntarnos ¿cómo nos ven nuestros hijos? De pronto para sorpresa, nos están reprochando sobre lo mismo que reprochamos a nuestros progenitores.

Papi, como te dije ayer cuando me despedí de ti: Le doy gracias a Dios por haberte hecho mi padre y a ti por haberme dado la vida. Igual que dice la canción: ¡Yo te extrañaré, no pensé que doliera tanto! Allá en ese lugar donde todo es luz y resplandor, donde no habrá maldad ni corrupción, nos veremos cuando el Señor nos llame a su presencia. ¡Dios te bendiga padre mío!

Mony, gracias por haber estado conmigo en esa tarde y noche tan difícil, dejaste muy en alto tus sentimientos nobles y sacaste la cara por los tuyos. Siempre te lo agradeceré.


Para ti que lees este mensaje, te invito a entregarle tu vida a Jesús, no importa cuáles ni qué tan grandes han sido tus pecados, Él quiere darte vida eterna porque es clemente y compasivo. Podemos orar así:


Amado Jesús: sé que soy pecador y te pido perdón por ello. Ven a mi vida; te acepto como mi Señor y Salvador. Quiero ser la persona que quieres de mí. Gracias por perdonarme y llevarme contigo por la senda correcta hacia la vida eterna, amén.


Un abrazo y bendiciones.

viernes, 27 de mayo de 2011

Administrar bien, para properar también

Asegúrate de saber cómo están tus rebaños; cuida mucho de tus ovejas; pues las riquezas no son eternas ni la fortuna está siempre segura.
Proverbios 27:23-24.


Lectura diaria: Proverbios 27:23-27. Versículos para destacar: Proverbios 27:23-24.


ENSEÑANZA


Dios nos manda a ser buenos administradores en todo campo; incluso debemos saber administrar bien nuestro cuerpo, esto redundará en buena salud y a la vez en mayor economía. El administrador, debe aprender de la fabula de la hormiguita que guarda reservas en el verano, para que cuando llegue el invierno no tenga que pasar necesidades: “Mientras sea de día, tenemos que llevar a cabo la obra del que me envió. Viene la noche cuando nadie puede trabajar” (Jn. 9:4). No podemos desperdiciar las horas y menos en estos tiempos que se van volando. La lectura del día nos dice: “Cuando se limpien los campos y brote el verdor, y en los montes se recoja la hierba, las ovejas te darán para el vestido, y las cabras para comprar un campo; tendrás leche de cabra en abundancia para que se alimenten tú y tu familia, y toda tu servidumbre” (vv. 25-27). El buen administrador que se somete a las reglas de Dios, es una persona justa e íntegra; no solo se acuerda de hacer prosperar a su familia sino que también tiene en cuenta a sus trabajadores.

Recordemos también que Dios nos da un cien por ciento pero que a Él debemos devolverle la décima parte. En una ocasión escuche lo siguiente: para administrar con excelencia no debemos olvidar sacar un treinta por ciento para repartirlo así: un diez por ciento para Dios; otro, para el prójimo que lo necesite; su generosidad está basada en sus principios, sabiendo que sobre lo que siembre, cosechará, “Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario” (2 Co. 9:8); y el último diez por ciento para destinarlo como ahorro.

El ahorro no debe ser si me sobra; no se necesita ser un gran empresario, todos podemos lograrlo. Muchas veces en la misma adversidad, por obligación sacamos los talentos a relucir; quizá Dios nos lleva a esas circunstancias para despertarnos del letargo y empezar a producir frutos que den resultados. De granito en granito se va llenando el granero. Es cuestión de disciplina y paciencia. Y si gracias a Dios existe un capital, entonces, es nuestra obligación velar por esas ganancias y no permitir que se esfumen como viento. ¡Ojo mujeres! Nosotras jugamos un papel importante en la economía y administración: “La mujer sabia edifica su casa; la necia, con sus manos la destruye” (Pr. 14.1). Si administramos bien, vamos a prosperar también.


Si quieres llegar a ser un gran administrador, te invito a entregarle tu vida a Jesús, Él puede enseñarte el camino para lograrlo; podemos orar así:


Señor Jesús, te entrego el control de mi vida y te acepto como Señor y Salvador personal. Ven a mí, perdona mis pecados y hazme la persona que deseas que yo sea. Gracias Jesús por perdonarme, por salvarme y por conducirme como el mejor administrador en todas las áreas de mi vida. Amén.


Un abrazo y bendiciones.