lunes, 31 de marzo de 2014

Para seguirlo hay que amarlo



—Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. 
Juan 21:17c.


Lectura: Juan 21:15-25.  Versículo del día: Juan 21:17c.

MEDITACIÓN DIARIA

¡Cuánto amor del Señor por su discípulo!  En vez de recriminarle por las tres veces que lo negó, piensa más bien en levantarlo y restituirlo a fuerza de amor.  Amor como solamente Él sabe dar. Amor del que nos falta mucho a nosotros por entregar.
A través de ese hecho, el Señor vuelve a restaurar la confianza en Pedro.  El pequeño dialogo que tuvo con él, restableció nuevamente la comunicación entre los dos.  Debió ser muy alentador y significativo para Pedro este acto de amor y restauración ya que tal parece, era la primera vez que estaban juntos después de su resurrección.  Después de su confesión, el Señor le dice: “—¡Sígueme!” (v. 19b).
Personalmente aprendo de la lectura dos cosas: una que el Señor cuando fallamos, no nos da garrote hasta acabarnos, sino que con toda su bondad y ternura nos vuelve atraer con lazos infinitos de amor; y de la ofensa ni siquiera retrocede para acordarse de ella.
Lo segundo que aprecio es que para seguir al Señor, primero tiene que existir un gran amor por Él.  Se debe de estar convencido de quién es en verdad Aquel en quien hemos creído y puesto nuestra confianza plena.  Y   la única manera de saberlo es experimentando por sí mismos su amor incondicional, que a la vez nos hace devolver en algo tan incomparable sentimiento.  No podemos decir que lo seguimos sin antes haber probado y degustado su inmensa bondad.

Amado Señor Jesús: Gracias te damos por mirarnos con lo ojos de compasión que solo Tú sabes ofrecer. Queremos seguirte por siempre Señor, sin desviarnos ni a derecha ni a izquierda.  ¡Enamóranos cada día más de ti!

Un abrazo y bendiciones.

domingo, 30 de marzo de 2014

Somos abundantemente bienaventurados




—Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen. 
Juan 20:29.


Lectura: Juan 20:24-31.  Versículo del día: Juan 20:29.

MEDITACIÓN DIARIA

Nuevamente el Señor se aparece con su saludo anterior: “¡La paz sea con ustedes!” (v. 26).  Nos entrega su paz para que también sepamos entregarla. Tomás, el apóstol incrédulo, al ver al Señor lo tiene que reconocer  en toda su grandeza y por eso exclama: “—¡Señor mío y Dios mío!” (v. 28). Quizá triste o avergonzado por no haber creído solamente por las palabras de sus compañeros, ahora con su actitud, nos deja una frase muy significativa a través del Señor: “dichosos los que no han visto y sin embargo creen”.
¿Recuerdan la oración que hizo el Señor por los que seguirían e irían a llevar el mensaje de salvación? (Juan 17:20).  En ese “dichosos” estamos incluidos.  Hemos creído por fe y somos bienaventurados; o sea mucho más que felices, supremamente dichosos. Es el mayor bien que se nos pueda expresar y  nosotros los cristianos gozamos de ese bien al recibirlo de parte de nuestro Salvador.  Por ese bien, gozamos de  las ricas bendiciones que el Señor continuamente nos está regalando. Nos encontramos en un grupo exclusivo de los que somos abundantemente bienaventurados. ¡Gloria a Dios por ese regalo maravilloso!

Amado Señor: Gracias por los que pusiste en nuestro camino para que nos hablaran de ti. Gracias por habernos dotado con el don de la fe, para creer sin ver.  Gracias por la paz que pones en nuestro corazón. Tú eres el Príncipe de paz y te rogamos que nos enseñes a construirla diariamente. ¡Señor mío y Dios mío! Reconocemos tu grandeza y poder.

Un abrazo y bendiciones.

sábado, 29 de marzo de 2014

El Señor no se olvidó de su madre




Cuando Jesús vio a su madre, y a su lado al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo.  Luego dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento ese discípulo la recibió en su casa. 
Juan 19:26-27.


Lectura: Juan 19:17-37.  Versículos del día: Juan 19:26-27.

MEDITACIÓN DIARIA

Son increíbles las lecciones que nos deja el Señor. Recordemos que con anterioridad a su captura, se acordó de orar no solamente por los discípulos que lo acompañaban, sino también por los que llegarían después de ellos.  Ahora nos enseña que a pesar de estar tan atribulado, ya en la cruz del Calvario, al borde de la muerte, se acuerda de su madre María.
Hay que ponernos en los zapatos de María: la mujer humana, virtuosa, dedicada, y que en ningún momento dejó de lado a su hijo Jesús. ¡Cuánto sufrimiento debió pasar!  Si nuestro corazón de madre se desgarra y le queda difícil soportar la partida de un hijo, cómo no sería el de ella, al ver tanta crueldad lanzada sobre Aquel que nada debía.  ¡Hubo de ser inmensamente doloroso!  Aquí se hacen realidad las palabras de Simeón el hombre que esperaba la redención y a quien el Espíritu Santo le había revelado que vería a Cristo el Señor antes de morir.  Este hombre, dirigiéndose a María le dijo: “En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma” (Lucas 2:35b).  Sí, toda esta crueldad levantada contra su hijito, fue el hierro que le atravesó su corazón.  El Señor como queriéndole menguar en algo su dolor, se la recomienda al discípulo amado, al que considera su gran amigo y sabe que en sus manos estará mejor.   
Considero como lección para aprender: no olvidar nunca a nuestros progenitores; a los que nos han cuidado y brindado todo su amor, esfuerzo y dedicación para sacarnos adelante. Pueda que estemos separados, casados, atribulados o que ellos no hayan sido lo mejor; pero entender que para Dios es importante el amor a los padres y que una madre siempre tiene el corazón dispuesto para entregarlo todo y  perdonarlo todo. El Señor hasta en el momento de su muerte, obedeció el mandato de honrar a su madre.

Amado Señor: En María nos enseñas la honra debida a nuestros padres. Te damos gracias por los que nos diste aquí en la tierra. Gracias porque de manera especial en las madres hemos visto, lo que significa tu gran amor.  Bendecimos a nuestros padres hoy y les damos toda la honra que ellos merecen.  Guárdalos, cuídalos, dales salud y bienestar. Que su vida termine en un lecho de paz, rodeados de la luz tuya que alumbra su existencia.

Un abrazo y bendiciones.  

viernes, 28 de marzo de 2014

Seamos consistentes en el amor que le profesamos




¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo,  y me venciste. 
Jeremías 20:7.


Versículo del día: Jeremías 20:7-18.  Versículo del día: Jeremías 20:7.

MEDITACIÓN DIARIA

Creo que en algún momento de nuestra vida cristiana cuando afloran y afloran los problemas, el espíritu se decae y resultamos quejándonos igual que Jeremías.    Y no es que quizá nos haya sucedido tal cual, pero muchas veces sí notamos o escuchamos rumores de cuestionamientos tales como: ¿Dónde está el Dios del que habla? U otros que piensan que cualquier cosa que nos suceda es porque estamos completamente invadidos de pecado y que según ellos ‘con razón se enfermó’; ‘con razón fracasó’ etc. A lo largo de toda la Biblia, vemos hombres desde Moisés hasta los profetas que fueron vituperados, maltratados e incluso asesinados por defender su fe (Hebreos 11:36-37).  Si el mismo Señor Jesús, fue objeto de burlas, insultos y golpes, ¿por qué no esperar que nos suceda lo mismo?
Tengo que confesar que igual que Jeremías me he lamentado, llorado y clamado al Señor en épocas de adversidad.  Hubo tiempos en que le dije al Señor:  No volveré a hablar de ti  ; sin embargo, Dios mismo se encarga de ponernos en situaciones donde el Espíritu Santo como llama de fuego va ardiendo adentro y es imposible callar.  Es cuando entendemos las palabras de David: “El celo por tu casa me consume” (Salmo 69:9). Y no pensamos entonces, solamente en nosotros, sino en el testimonio de los otros: “Señor Soberano, Todopoderoso, que no sean avergonzados por mi culpa los que en ti esperan” (Salmo 69:6).
Y si esto nos pasa solamente con lo nuestro, ¿qué diríamos si fuéramos perseguidos por causa del Evangelio? Tenemos que estar preparados porque con absoluta seguridad los tiempos van para allá a pasos agigantados.  Dios permita que cuando lleguen no demos marcha atrás y todos,  por el amor que le profesamos,  podamos exclamarle también: ‘¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir!

Amado Señor: Muchas gracias porque a pesar de las circunstancias nos has sostenido. Gracias porque tu amor es tan grande que jamás se agota; y en momentos de debilidad tu brazo victorioso está listo para extenderse, fortalecernos y abrazarnos, y hacernos entender que estás a nuestro lado. ¡Fuiste más fuerte que yo, y me venciste!

Un abrazo y bendiciones.

jueves, 27 de marzo de 2014

Un ejemplo a seguir



No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos,  para que todos sean uno. 
Juan 17:20-21a.


Lectura: Juan 17:1-26.  Versículos del día: Juan 17:20-21a.

MEDITACIÓN DIARIA

Cada vez que leo este capítulo mi corazón se regocija al saber que nuestro buen Señor no solamente se acordó de orar por los que estaban a su lado, sino también por los que vendríamos detrás.  Ahí estábamos tú y yo. El Señor Jesús, en esa hora de angustia no escatimó clamarle al Padre por todos aquellos que llegarían a sus píes aun después de miles de años.  ¡Qué buen Dios tenemos! 
La lección que nos deja el Señor es bien grande.  Tenemos que seguir su ejemplo y estar orando no solamente por las ovejitas que están, también por las que vendrán a completar su redil.  Orar, no solamente por nuestros hijitos, sino por las generaciones futuras que nos seguirán, para que  ellos también reconozcan la obra redentora de Jesús y alcancen la salvación.
Aprendamos a orar reconociendo que todos estamos pisando tierra y el mundo está lleno de una humanidad caída, apartada de Dios, pero que aun así, el Señor tuvo en cuenta este peligro, y pidió al Padre para que nos librara de los ataques del enemigo: “No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno” (v. 15).

Amado Señor: Muchas gracias porque cada vez reconocemos más tu bondad y misericordia hacia nosotros tus seguidores. Gracias porque en momentos tan difíciles para ti, no te olvidaste de quienes íbamos a seguirte y traspasaste la barrera del tiempo para clamarle al Padre por los tuyos. Te rogamos Señor por todos los que han de venir detrás de nosotros también, y que tanto a ellos como a los presentes,  nos cuides de las acechanzas del maligno y nos conduzcas siempre de tu man por el camino tuyo.

Un abrazo y bendiciones.