viernes, 28 de marzo de 2014

Seamos consistentes en el amor que le profesamos




¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo,  y me venciste. 
Jeremías 20:7.


Versículo del día: Jeremías 20:7-18.  Versículo del día: Jeremías 20:7.

MEDITACIÓN DIARIA

Creo que en algún momento de nuestra vida cristiana cuando afloran y afloran los problemas, el espíritu se decae y resultamos quejándonos igual que Jeremías.    Y no es que quizá nos haya sucedido tal cual, pero muchas veces sí notamos o escuchamos rumores de cuestionamientos tales como: ¿Dónde está el Dios del que habla? U otros que piensan que cualquier cosa que nos suceda es porque estamos completamente invadidos de pecado y que según ellos ‘con razón se enfermó’; ‘con razón fracasó’ etc. A lo largo de toda la Biblia, vemos hombres desde Moisés hasta los profetas que fueron vituperados, maltratados e incluso asesinados por defender su fe (Hebreos 11:36-37).  Si el mismo Señor Jesús, fue objeto de burlas, insultos y golpes, ¿por qué no esperar que nos suceda lo mismo?
Tengo que confesar que igual que Jeremías me he lamentado, llorado y clamado al Señor en épocas de adversidad.  Hubo tiempos en que le dije al Señor:  No volveré a hablar de ti  ; sin embargo, Dios mismo se encarga de ponernos en situaciones donde el Espíritu Santo como llama de fuego va ardiendo adentro y es imposible callar.  Es cuando entendemos las palabras de David: “El celo por tu casa me consume” (Salmo 69:9). Y no pensamos entonces, solamente en nosotros, sino en el testimonio de los otros: “Señor Soberano, Todopoderoso, que no sean avergonzados por mi culpa los que en ti esperan” (Salmo 69:6).
Y si esto nos pasa solamente con lo nuestro, ¿qué diríamos si fuéramos perseguidos por causa del Evangelio? Tenemos que estar preparados porque con absoluta seguridad los tiempos van para allá a pasos agigantados.  Dios permita que cuando lleguen no demos marcha atrás y todos,  por el amor que le profesamos,  podamos exclamarle también: ‘¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir!

Amado Señor: Muchas gracias porque a pesar de las circunstancias nos has sostenido. Gracias porque tu amor es tan grande que jamás se agota; y en momentos de debilidad tu brazo victorioso está listo para extenderse, fortalecernos y abrazarnos, y hacernos entender que estás a nuestro lado. ¡Fuiste más fuerte que yo, y me venciste!

Un abrazo y bendiciones.

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