Cuando Jesús vio a su madre, y a su lado al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento ese discípulo la recibió en su casa.Juan 19:26-27.
Lectura: Juan 19:17-37. Versículos del día: Juan 19:26-27.
MEDITACIÓN DIARIA
Son increíbles las
lecciones que nos deja el Señor. Recordemos que con anterioridad a su captura,
se acordó de orar no solamente por los discípulos que lo acompañaban, sino
también por los que llegarían después de ellos.
Ahora nos enseña que a pesar de estar tan atribulado, ya en la cruz del
Calvario, al borde de la muerte, se acuerda de su madre María.
Hay que ponernos en los
zapatos de María: la mujer humana, virtuosa, dedicada, y que en ningún momento
dejó de lado a su hijo Jesús. ¡Cuánto sufrimiento debió pasar! Si nuestro corazón de madre se desgarra y le
queda difícil soportar la partida de un hijo, cómo no sería el de ella, al ver
tanta crueldad lanzada sobre Aquel que nada debía. ¡Hubo de ser inmensamente doloroso! Aquí se hacen realidad las palabras de Simeón
el hombre que esperaba la redención y a quien el Espíritu Santo le había
revelado que vería a Cristo el Señor antes de morir. Este hombre, dirigiéndose a María le dijo: “En
cuanto a ti, una espada te atravesará el alma” (Lucas 2:35b). Sí, toda esta crueldad levantada contra su
hijito, fue el hierro que le atravesó su corazón. El Señor como queriéndole menguar en algo su
dolor, se la recomienda al discípulo amado, al que considera su gran amigo y
sabe que en sus manos estará mejor.
Considero como lección
para aprender: no olvidar nunca a nuestros progenitores; a los que nos han
cuidado y brindado todo su amor, esfuerzo y dedicación para sacarnos adelante.
Pueda que estemos separados, casados, atribulados o que ellos no hayan sido lo
mejor; pero entender que para Dios es importante el amor a los padres y que una
madre siempre tiene el corazón dispuesto para entregarlo todo y perdonarlo todo. El Señor hasta en el momento
de su muerte, obedeció el mandato de honrar a su madre.
Amado Señor: En María
nos enseñas la honra debida a nuestros padres. Te damos gracias por los que nos
diste aquí en la tierra. Gracias porque de manera especial en las madres hemos
visto, lo que significa tu gran amor. Bendecimos
a nuestros padres hoy y les damos toda la honra que ellos merecen. Guárdalos, cuídalos, dales salud y bienestar.
Que su vida termine en un lecho de paz, rodeados de la luz tuya que alumbra su
existencia.
Un abrazo y
bendiciones.
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