sábado, 7 de mayo de 2011

Entendiendo la soberanía de Dios

¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos!
Romanos 11:33.


Lectura diaria: Romanos 11:33-36. Versículo para memorizar: Romanos 11:33.


ENSEÑANZA


Muchísimas veces pasamos por alto la soberanía de Dios sin lograr entender sus juicios y mucho menos los caminos por los que nos toca recorrer. Dice la Biblia: “Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos –afirma el Señor–” (Isaías 55:9). Vamos de un lado para otro; nos movemos de aquí para allá, pensando incluso que estamos haciendo todo bien y cuando nos damos cuenta ¡qué equivocados andábamos! Es difícil transitar por el camino correcto cuando estamos tan alejados de Dios y mucho más difícil es comprender sus juicios cuando vamos por el lugar errado. ¿Con qué autoridad lo increpamos o nos rebelamos ante Él? “¿Quién ha conocido la mente del Señor, o quién ha sido su consejero?” (v. 34).

Alcanzamos a entender y comprender lo que esté a nuestro alcance, pero ¿Quiénes somos para exigirle que obre de tal modo? “¿Quién le ha dado primero a Dios, para que luego Dios le pague?” (v. 35). Nadie, absolutamente nadie puede afirmarlo. El Señor es el Creador del universo y todo le pertenece. Él tiene el dominio total del mundo y si se le antoja dar a quien quiera y como quiera, ¿Sobre qué base podemos demandarle? No somos más que vasijas de barro en su mano.

Cristo es nuestro camino al Padre y quien nos guía a toda verdad. Con Él a través de su Santo Espíritu, podemos entender “lo que por su gracia él nos ha concedido” (1 Co. 2:12); “Nosotros por nuestra parte, tenemos la mente de Cristo” (1 Co. 2:16b). Es un privilegio del cual goza el creyente y aún así, a veces nos cuestionamos sobre tal o cual situación porque sin embargo la profundidad de sus riquezas, de su sabiduría y de su conocimiento es tan extensa que humanamente son inexplicables. Aprendamos a entender la soberanía de Dios y no cuestionar tanto sus juicios; no somos nada ni nadie para hacerlo. Su soberanía le pertenece “Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén” (v. 36).


Te invito a entregarle tu vida al Señor Jesucristo, para que sea el mismo Señor quien te de la sabiduría necesaria para lograr entenderle, admirarle y obedecerle. Lo puedes hacer con una corta oración como la que puedo sugerirte; sin embargo, lo importante es la actitud de tu corazón, la sinceridad tuya:

Señor Jesucristo: Te entrego mi vida para que seas mi Señor y Salvador. Toma el control de ella y hazme la persona que según tu soberanía deseas que yo sea. Acepto que soy pecador y que necesito de ti. Gracias Jesús por venir a mí y perdonarme. Gracias por darme la salvación y enseñarme a vivir correctamente. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

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