Pero el Señor le dijo a Josué: “He entregado en tus manos a Jericó, y a su rey con sus guerreros”.Josué 6:2.
Lectura diaria: Josué 6:1-21. Versículo principal: Josué 6:2.
REFLEXIÓN
Después de tanto sufrir, de vagar
por el desierto, por fin el pueblo de Israel empezaba a vislumbrar la promesa y
pisar la tierra prometida. “He entregado
en tus manos a Jericó", le dijo el Señor a Josué, el líder de la misión
quien remplazó a Moisés.
Quizá nos había ocurrido la misma
situación: andábamos y andábamos por un desierto desolado, unas veces con la
provisión del maná y otras con las codornices, pero en realidad el descanso y el
sosiego nos eran esquivos. “¡Adelante! ¡Marchen alrededor de la ciudad!” (v. 7) Ordena el jefe de la gestión. Sí, hay que poner manos a la obra y sin temor
alguno hacia los enemigos (rey con sus guerreros), reconocer lo que tenemos
frente. Ahora, llega el tiempo esperado: la tierra prometida. Estas
palabras también son para nosotros. El
Señor nos acaba de entregar esa rica tierra que fluye leche y miel y nos
corresponde el cultivarla para empezar a gozar de sus beneficios.
Tal vez Dios nos ha utilizado y puesto
también como líderes espirituales para conducir a los nuestros y recibir la
promesa. Nos corresponde empezar a
sembrar ricas semillas que produzcan los frutos anhelados. Pero recordemos también hacer todo de acuerdo
al mandato del Señor: “No vayan a tomar nada de lo que ha sido destinado al
exterminio para que ni ustedes ni el campamento de Israel se pongan en peligro
de exterminio y de desgracia” (v. 18).
Hay que como líderes, exigir lealtad y compromiso ante el Señor; no
hacer nada indebido ante sus ojos para que no tenga obstáculo lo prometido. “El oro y la plata y los utensilios de bronce
y de hierro pertenecen al Señor: colóquenlos en su tesoro” (v. 19). No creamos que por llegar a esta rica tierra,
ya no tenemos obligación alguna con nuestro Dador; al contrario es cuando más
debemos ofrecerle parte de lo cedido, sabiendo que todo el oro y la plata
del mundo son de Él (Hageo 2:8). El Señor se complace con el agradecimiento y
la fidelidad de sus hijos. Somos “su posesión preciosa, tal como lo prometió. Obedece
pues todos sus mandamientos” (Deuteronomio 26:18).
No menospreciemos la tierra que
el Señor está entregando hoy en nuestras manos. “Ahora cumplan con cuidado las
condiciones de este pacto para que prosperen en todo lo que hagan”
(Deuteronomio 29:9). “No se te ocurra
pensar: “Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos”. Recuerda al Señor tu Dios, porque es él quien
te da el poder para producir esa riqueza” (Deuteronomio 8: 17-18).
Amado Señor: No tenemos palabras
para agradecerte el conducirnos hacia la tierra que fluye leche y miel. Permítenos serte fieles a ti y entregados con
denuedo al trabajo de cultivar esta rica tierra sin olvidar que eres el Gestor
de la provisión.
Un abrazo y bendiciones.
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