sábado, 7 de julio de 2012

El clamor de los tuyos


¡Señor, escúchanos!  ¡Señor, perdónanos!  ¡Señor, atiéndenos y actúa!  Dios mío, haz honor a tu nombre y no tardes más; ¡tu nombre se invoca sobre tu ciudad y sobre tu pueblo!  
 Daniel 9:19.

Lectura diaria: Daniel 9:3-19.  Versículo principal: Daniel 9:19.

REFLEXIÓN

Daniel ora con todo su corazón abierto ante Dios.  Le pide que escuche, que perdone y no tarde más.  Le suplica que actúe sobre su ciudad y su pueblo.  Nosotros de igual manera tenemos que hacerlo respecto a nuestras casas.  Quizá en los hogares el nombre del Señor no está llevando el eco que debiera tener.  Unos van por un lado y otros siguen por distinto indiferentemente.  Tenemos que aprender a doblar las rodillas ante el Señor, confesar los pecados que puedan estar siendo tropiezo en nuestras vidas, pedir perdón por los nuestros.  Clamarle al Señor completamente sincerados, humillados y arrepentidos ante Él, para que nos mire con su bendita compasión y atienda nuestra súplica: “Escucha, Señor, mi voz.  Estén atentos tus oídos a mi voz suplicante.  Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente?  Pero en ti se halla perdón” (Salmo 130:2-4a).
La oración es la llave para entrar a la presencia misma de Dios.  Nos conduce directamente hacia su corazón y Dios la atiende; no se queda vagando por el aire, perdiéndose entre las nubes; la oración sincera llega a los oídos del Señor y el Señor que es clemente y compasivo la toma para sí: “Tan pronto como empezaste a orar, Dios contestó tu oración” (Daniel 9:23).  Y no es porque fuera Daniel, es que Dios está pendiente de cada uno de los suyos y está más interesado de lo que nos aqueja, que nosotros mismos.  Es nuestro Padre celestial y sufre como cualquier padre terrenal cuando uno de sus hijos tiene problemas.  Nadie es extraño para Dios; ante Él todos somos exactamente iguales y a todos nos atiende por igual.  Es más, Él quiere escucharnos decir que lo amamos, que tenemos dificultades, que estamos ofuscados, débiles, que nos sentimos solos, que lo reconocemos como el Dios Todopoderoso que puede cambiar las situaciones porque es Majestuoso y Glorioso.  El Señor desea la espontaneidad en nuestra oración y se deleita con el corazón contrito y humillado, a ése no lo desprecia.
Aprendamos a dirigirnos a Dios como desea que lo hagamos.  Busquemos un momento de quietud y arrojémonos en sus brazos con la certeza de que estamos frente al mejor Padre, Amigo y Consejero incondicional.

Amado Dios: venimos ante ti, poniendo todas nuestras cargas a tus píes. Te pedimos perdón por no actuar como expresamente no lo mandas.  Danos un corazón arrepentido y enséñanos a ser obedientes.  Las necesidades que nos aquejan no te son indiferentes.  Gracias Señor porque tú escuchas y actúas.  Al hacerte esta petición no apelamos a nuestra rectitud, sino a tu gran misericordia.  Esperamos tu respuesta sabiendo que tu voluntad es buena, agradable y perfecta. Gracias, buen Dios.

Un abrazo y bendiciones.  

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