El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Él es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite! Él es mi protector y mi salvador.2 Samuel 22:2-3.
Lectura diaria: 2 Samuel
22:1-50. Versículos principales: 2
Samuel 22:2-3.
ENSEÑANZA
No existe nada que al Señor le
quede grande. En Él se conjuga el verbo “poder”. Lo puede todo, porque lo es todo. Él es nuestro fundamento: la roca
inconmovible; es nuestro socorro y pronto auxilio en la tribulación. Es quien nos libera de las garras del destructor,
del enemigo que acecha; es el escudo protector que contra-resta los dardos enviados. El Señor es el escondite más alto y seguro al
que podemos llegar sin temor alguno.
Pasamos dificultades de una u
otra índole, pero de todas nos saca: “Extendiendo su mano desde lo alto, tomó
la mía y me sacó del mar profundo” (v. 17).
Cuando creemos que todo está perdido y no hallamos sino oscuridad, el
Señor nos manda una nueva luz: “Tú, Señor, eres mi lámpara; tú Señor, iluminas
mis tinieblas”. También en los momentos
más angustiosos nos sentimos desfallecer, e incluso llegamos a exclamar: “¡No
puedo más Señor!” y Él generosamente se voltea y brinda una dosis nueva de fortaleza,
porque: “Él es quien me arma de valor y endereza mi camino”.
No sé cual será la necesidad del
momento: ¿una enfermedad? ¿Crisis
familiar? ¿Crisis económica? ¿A punto de perder la vivienda o el empleo? ¿La libertad?
¿O el andar con temor continuo?
Solo puedo decir, que hay un Dios completamente Poderoso “Porque para
Dios no hay nada imposible” (Lucas 1:37), lo imposible es su especialidad. Los retos, las pruebas y aflicciones son a la
larga, enseñanzas que Dios permite para que quizá por medio de ellas, volteemos
los ojos hacia Él con corazón sincero y entendamos que es el Dios único a quien
le debemos total pleitesía y adoración.
Para recordarnos, que no podemos poner por encima ni esposo(a), ni
hijos, ni padres, ni carro, ni empleo, porque es un Dios celoso (Deuteronomio
4:24), y si nos aferramos a considerar a
alguno de estos como “adoración”, Dios con tal de no perder su supremacía y
permitir que pequemos, nos lo puede quitar.
De ahí que lo primero en hacer es el reconocimiento de la falta, pedir
perdón y clamarle por su bondad y misericordia, para que nos vuelva a encauzar por
la senda correcta.
No dudemos en recurrir a sus
brazos. “¡El Señor vive! ¡Alabada sea mi roca! ¡Exaltado sea Dios mi Salvador! Él es el Dios que me vindica” (v. 47 en la lectura).
Amado Señor: Tú más que nadie
conoces nuestros afanes. Tú lo sabes
todo Señor. Ponemos ante tu altar todas
nuestras cargas porque estamos cansados y agobiados con el peso de ellas. Perdónanos, si hemos endiosado algo por lo
que te hayamos fallado y permite que tu poder llegue a nosotros. No lo merecemos Señor, pero confiamos en tu
inmensa misericordia y amor.
Un abrazo y bendiciones.
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