lunes, 23 de julio de 2012

El Señor lo es todo y no hay nada por encima de Él


El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio.  Él es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite!  Él es mi protector y mi salvador.  
 2 Samuel 22:2-3.

Lectura diaria: 2 Samuel 22:1-50.  Versículos principales: 2 Samuel 22:2-3.

ENSEÑANZA

No existe nada que al Señor le quede grande.  En Él se conjuga el verbo “poder”.  Lo puede todo, porque lo es todo.  Él es nuestro fundamento: la roca inconmovible; es nuestro socorro y pronto auxilio en la tribulación.  Es quien nos libera de las garras del destructor, del enemigo que acecha; es el escudo protector que contra-resta  los dardos enviados.  El Señor es el escondite más alto y seguro al que podemos llegar sin temor alguno.
Pasamos dificultades de una u otra índole, pero de todas nos saca: “Extendiendo su mano desde lo alto, tomó la mía y me sacó del mar profundo” (v. 17).  Cuando creemos que todo está perdido y no hallamos sino oscuridad, el Señor nos manda una nueva luz: “Tú, Señor, eres mi lámpara; tú Señor, iluminas mis tinieblas”.  También en los momentos más angustiosos nos sentimos desfallecer, e incluso llegamos a exclamar: “¡No puedo más Señor!” y Él generosamente se voltea y brinda una dosis nueva de fortaleza, porque: “Él es quien me arma de valor y endereza mi camino”.
No sé cual será la necesidad del momento: ¿una enfermedad?   ¿Crisis familiar?  ¿Crisis económica?  ¿A punto de perder la vivienda o el empleo?  ¿La libertad?  ¿O el andar con temor continuo?  Solo puedo decir, que hay un Dios completamente Poderoso “Porque para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1:37), lo imposible es su especialidad.  Los retos, las pruebas y aflicciones son a la larga, enseñanzas que Dios permite para que quizá por medio de ellas, volteemos los ojos hacia Él con corazón sincero y entendamos que es el Dios único a quien le debemos total pleitesía y adoración.  Para recordarnos, que no podemos poner por encima ni esposo(a), ni hijos, ni padres, ni carro, ni empleo, porque es un Dios celoso (Deuteronomio 4:24),  y si nos aferramos a considerar a alguno de estos como “adoración”, Dios con tal de no perder su supremacía y permitir que pequemos, nos lo puede quitar.  De ahí que lo primero en hacer es el reconocimiento de la falta, pedir perdón y clamarle por su bondad y misericordia, para que nos vuelva a encauzar por la senda correcta.     
No dudemos en recurrir a sus brazos.  “¡El Señor vive!  ¡Alabada sea mi roca!  ¡Exaltado sea Dios mi Salvador!  Él es el Dios que me vindica” (v. 47 en la lectura).

Amado Señor: Tú más que nadie conoces nuestros afanes.  Tú lo sabes todo Señor.  Ponemos ante tu altar todas nuestras cargas porque estamos cansados y agobiados con el peso de ellas.  Perdónanos, si hemos endiosado algo por lo que te hayamos fallado y permite que tu poder llegue a nosotros.  No lo merecemos Señor, pero confiamos en tu inmensa misericordia y amor.

Un abrazo y bendiciones.

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