lunes, 1 de diciembre de 2014

Cuando todavía existe orgullo




¿Quién te distingue de los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué presumes como si no te lo hubieran dado? 
1 Corintios 4:7.


Lectura: 1 Corintios 4:1-13.  Versículo del día: 1 Corintios 4:7.

MEDITACIÓN DIARIA

Creo que el Señor le habla a cada persona en su momento exacto. Quizá a muchos nos ha pasado que leemos la Biblia pero pasamos por alto muchas cosas, y debe ser porque no es el tiempo puntual de entenderlas. En estos últimos días, con la enfermedad de mi esposo, pasamos situaciones bien complicadas y difíciles de asimilar. El primer lugar a donde fue remitido, para mí fue desolador; las condiciones eran casi que infrahumanas. Un aire a todo volumen, sin nada con qué arroparse; casi unos encima de otros y para completar se veían unos cuadros dentro de los enfermos aterradores. Mi esposo llegó a un hospital público donde recibían a quien fuera y como fuera. No había disponibilidad en ningún otro centro asistencial y debido a su urgencia, tocó allí. Allí en medio de presidiarios cuidados por guardias especiales; de locos que gritaban desesperados por el dolor o la falta de atención; e incluso que desbordaron su locura rompiendo cosas. Y para cerrar el broche: una señora falleció.
En medio de toda esta miseria junta, yo me preguntaba: ¿Por qué aquí? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué lo permitiste Señor? Y el Señor que es sabio en hablarle a cada uno de sus hijos, hoy me dice: “¿Quién te distingue de los demás?”; ¿Acaso, eres más que ellos? Nada de lo que tienes o de lo que eres ha sido obra tuya; todo te lo he entregado yo: “Nadie puede recibir nada a menos que Dios se lo conceda” (Juan 3:27).
Tengo anotado en mi cuaderno de devociones diarias precisamente: “Señor que no se me olvide de dónde me sacaste” (Deuteronomio 8:10-14), pero tal pareciese que es eso: una anotación más, porque en mi corazón todavía existe orgullo, vanidad y prepotencia y tengo que reconocerlo. Yo hablaba de esto como si fuera pasado y tuvo que el Señor demostrarme con una lección muy fuerte que no lo he desarraigado de mi corazón.
Los invito a que analicen el versículo del día y se hagan a conciencia un examen. Si todavía hay algo por lo cual se envanecen, pidan perdón al Señor y cambien de actitud.

Amado Señor: Yo también te pido perdón por tener los ojos nublados a la realidad y no reconocer mi pecado. Gracias por perdonarme y por todo lo que por tu bendita gracia has permitido que yo goce. Enséñame a no tener un concepto más alto del que debo tener y a poner completamente a tu servicio los dones que me has concedido.

Un abrazo y bendiciones.

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