Entonces comprendieron que no les decía que se cuidaran de la levadura del pan sino de la enseñanza de los fariseos y de los saduceos.Mateo 16:12.
Lectura: Mateo 16:1-28. Versículo del día: Mateo 16:12.
MEDITACIÓN DIARIA
En el capítulo anterior
de Mateo, el Señor había advertido que los fariseos se preocupaban más por la
tradición que por la Palabra de Dios y les increpa: “¡Hipócritas! Tenía razón
Isaías cuando profetizó de ustedes: «Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me adoran; sus enseñanzas no son más
que reglas humanas»” (Mateo 15:7-9). Y ahora vuelve advertir a sus discípulos
que se cuiden de la enseñanza de ellos.
Considero que la advertencia va para todos nosotros: cuidémonos de
recibir enseñanzas contrarias a la Palabra de Dios. Muchas veces nos
equivocamos y no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo y ahí surgen las
contradicciones.
Respecto a lo que se ha
desatado últimamente en mi país por las palabras de una pastora, tanta
controversia y duda no ha dejado más que un sinsabor amargo en toda la Iglesia
cristiana. Considero que lo mejor es ir
directamente a la Palabra de Dios y sustentarnos con lo que ella dice.
Cuando el Señor expiró
el velo del templo se rasgó en dos de arriba a abajo (Mateo 27:50-51). El velo
del templo se rasgó precisamente para que todo lo ordenado a los sacerdotes en
el Antiguo Testamento nos demostrara que ya no había necesidad de ello. El acceso
al Lugar Santísimo estará disponible para todos: “Así que, hermanos, mediante
la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por
el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir,
a través de su cuerpo” (Hebreos 10:19-20). No podemos quedarnos bajo los parámetros de la
ley; en el Libro de Levíticos aprendemos precisamente sobre las leyes que
regían antes de la venida del Señor. “La ley es sólo una sombra de los bienes
venideros, y no la presencia misma de estas realidades” (Hebreos 10:1). Si
volvemos a lo mismo, de nada habría servido el sacrificio del Señor Jesucristo;
con el sacrificio anual de los
sacerdotes del antiguo Testamento, se limpiaban los pecados cometidos por el pueblo
de Israel. Ahora nosotros ya no necesitamos de la sangre de machos cabríos ni
de toros; somos santificados por la sangre derramada del Gran Cordero inmolado.
Su sacrificio ofrecido una vez y para siempre (Hebreos 10:10), para librarnos
del pecado y para convertirnos en su templo: “¿Acaso no saben que su cuerpo es
templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte
de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por
tanto, honren con su cuerpo a Dios” (1 Corintios 6:19-20).
Amado Señor: Enséñanos
a comprender estas verdades y entender que tu Palabra es una sola y en ella no
hay contradicción alguna. Permite que tu
Santo Espíritu nos dirija en todo momento y aprendamos a no salirnos del contexto principal que es la
obra redentora tuya por la humanidad.
Un abrazo y
bendiciones.
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