Y Dios le ordenó: —Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré.Génesis 22:2.
Lectura: Génesis
22:1-19. Versículo del día: Génesis
22:2.
MEDITACIÓN DIARIA
Es admirable no solo la
fe de Abraham, sino también su obediencia.
Ser capaz de estar dispuesto a sacrificar a su propio hijo es un acto
sublime de humildad y acatamiento. Es
reconocer que los hijos no son nuestros y que si el Señor nos los pide, debemos
estar dispuestos a entregarlos sin reparo alguno.
Teniendo en cuenta lo
anterior, la lectura nos deja una lección invaluable a los padres: nunca
podemos poner por encima de Dios a nuestros hijos porque como Dios celoso, puede
quitárnoslos en el momento en que Él quiera. Aquí entra a jugar un papel importante
la soberanía de Dios y por más que encontremos múltiples ‘por qués’ para
cuestionarlo, no vamos a entender ni encontrar respuesta alguna. Hace un buen tiempo tuve la oportunidad de
leer el libro. “Cuando lo que Dios hace no tiene sentido” del Dr. James Dobson
y ahí pude comprender la magnitud de la potestad de Dios. ¿Quiénes somos
nosotros para cuestionar? “¡Ay del que
contiende con su Hacedor! ¡Ay del que no es más que un tiesto entre los tiestos
de la tierra! ¿Acaso el barro le reclama al alfarero: «¡Fíjate en lo que haces!
¡Tu vasija no tiene agarraderas!»?” (Isaías
45:9).
No sabemos cuáles son
los planes que tiene para nosotros ni el tiempo en que los ejecutará. Abraham
había obedecido y superado las pruebas que el Señor le había impuesto, sin
embargo aun no le había llegado la más difícil: sacrificar al hijo que Dios le
había dado para cumplir la promesa; al hijo de la mujer que amaba y que tanto
les había costado. Aun así, este hombre no vaciló; fue obediente y obedeció de
inmediato: se levanto de madrugada, ensilló su asno y rumbo al lugar indicado
iba con su hijo, la leña para el sacrificio y sus dos criados. Al hacerlo,
estaba enseñándonos a colocar a Dios en
el lugar que siempre debe estar en nuestra vida: en el primer lugar. Sentado en el trono antes que nuestro ego,
nuestra voluntad o nuestros intereses.
De esta manera enalteció a su Dios y nos dejó un ejemplo que es reconocido
tiempo después en el Nuevo Testamento, en libros como el de Hebreos 11:8-11,
Romanos 4 y Santiago 2:21-23. Su fe le fue contada por justicia; es como el
legado que nos dejó y la misma que todo creyente debe tener para seguir al
Señor.
Amado Señor: Aunque no
entendamos tus designios sobre nuestras vidas, enséñanos a ser obedientes a tus
mandatos y saber que si lo haces es porque en tus planes está el ejecutarlo
para que tu nombre sea reconocido y exaltado por quienes vienen detrás. Eres soberano Señor y no somos sino arcilla
en tus manos. Moldéanos como bien te parezca hasta que tu obra quede perfecta.
Un abrazo y bendiciones.
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