¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!Mateo 27:54.
Lectura: Mateo
27:45-56. Versículo del día: Mateo
27:54.
MEDITACIÓN DIARIA
Ya había llegado la
hora. Jesús, crucificado en una cruz; humillado, vituperado, llagado,
menospreciado. Todos se burlaban y le inculpaban: Sacerdotes, soldados, ancianos,
e incluso aquellos que lo alabaron entrando a Jerusalén, ahora le gritaban y le
injuriaban. Lo que no entendemos es que ese ‘Todos’, estamos incluidos también
nosotros. El Señor lanza un grito desgarrador: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado?” (v. 46). Estaba solo, completamente solo; Dios no estaba con
Él y tenía que haber sucedido así, para que en ese momento se llevara a cuestas
el pecado de la humanidad. La Luz del mundo se apagó; por eso hubo gran
oscuridad como desde el medio día hasta la media tarde (v. 45). Y tal como lo
predijo Isaías, su obra se estaba cumpliendo: “Despreciado y rechazado por los hombres,
varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue
despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y
soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por
Dios, y humillado. Él fue traspasado por
nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo,
precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isaías 53:3-5).
El velo del templo se
rasgó en dos; la tierra tembló y se partieron las rocas (v. 51); al centurión y
a todos los que se burlaron antes de Él, les llega el momento en el que tienen
que reconocer quién es en verdad Jesús. Agachar la cabeza y con tristeza por el pecado
cometido y remordimiento de lo hecho, exclamar: “¡Verdaderamente éste era el
Hijo de Dios!”. No solamente era; es y
lo ha sido desde el principio. La luz
vuelve a brillar porque con su gloriosa resurrección venció y hoy vive para
siempre en todos aquellos que le reconocen como su Salvador. Éste es el
reconocimiento que Dios espera de cada uno de nosotros. Ya entendemos cuál fue
su obra redentora en la cruz; ya sabemos que cargó con nuestros pecados y
dolores; que fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras
iniquidades. El Señor Jesús, nuestro
Salvador ya pagó el precio por ti y por mí.
No queda más que reconocer igualmente y decirle: ¡Verdaderamente eres el
Hijo de Dios!
Amado Señor: Te pedimos
perdón porque igual que la muchedumbre que estaba presente en tu muerte,
también hemos vociferado contra ti. Hoy
queremos decirte que te reconocemos como el Hijo de Dios vivo y que aceptamos
tu obra redentora en la cruz del Calvario.
Gracias Señor, porque sin merecerlo, cargaste con todo el peso nuestro
para darnos salvación.
Un abrazo y
bendiciones.
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