martes, 28 de enero de 2014

Reconociéndolo como el Hijo de Dios




¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!  
 Mateo 27:54.



Lectura: Mateo 27:45-56.  Versículo del día: Mateo 27:54.

MEDITACIÓN DIARIA

Ya había llegado la hora. Jesús, crucificado en una cruz; humillado, vituperado, llagado, menospreciado. Todos se burlaban y le inculpaban: Sacerdotes, soldados, ancianos, e incluso aquellos que lo alabaron entrando a Jerusalén, ahora le gritaban y le injuriaban. Lo que no entendemos es que ese ‘Todos’, estamos incluidos también nosotros. El Señor lanza un grito desgarrador: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (v. 46). Estaba solo, completamente solo; Dios no estaba con Él y tenía que haber sucedido así, para que en ese momento se llevara a cuestas el pecado de la humanidad. La Luz del mundo se apagó; por eso hubo gran oscuridad como desde el medio día hasta la media tarde (v. 45). Y tal como lo predijo Isaías, su obra se estaba cumpliendo: “Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado.  Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isaías 53:3-5). 
El velo del templo se rasgó en dos; la tierra tembló y se partieron las rocas (v. 51); al centurión y a todos los que se burlaron antes de Él, les llega el momento en el que tienen que reconocer quién es en verdad Jesús. Agachar la cabeza y con tristeza por el pecado cometido y remordimiento de lo hecho, exclamar: “¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!”.  No solamente era; es y lo ha sido desde el principio.  La luz vuelve a brillar porque con su gloriosa resurrección venció y hoy vive para siempre en todos aquellos que le reconocen como su Salvador. Éste es el reconocimiento que Dios espera de cada uno de nosotros. Ya entendemos cuál fue su obra redentora en la cruz; ya sabemos que cargó con nuestros pecados y dolores; que fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades.  El Señor Jesús, nuestro Salvador ya pagó el precio por ti y por mí.  No queda más que reconocer igualmente y decirle: ¡Verdaderamente eres el Hijo de Dios!

Amado Señor: Te pedimos perdón porque igual que la muchedumbre que estaba presente en tu muerte, también hemos vociferado contra ti.  Hoy queremos decirte que te reconocemos como el Hijo de Dios vivo y que aceptamos tu obra redentora en la cruz del Calvario.  Gracias Señor, porque sin merecerlo, cargaste con todo el peso nuestro para darnos salvación.

Un abrazo y bendiciones.

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