Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra.Mateo 2:11.
Lectura diaria:
Mateo 2:1-12. Versículo principal: Mateo
2:11.
REFLEXIÓN
Los sabios de
oriente; los que comúnmente se llaman reyes magos, siguieron su estrella y
llegaron hasta la posada donde se encontraba el Niño Jesús. Muy seguramente eran personas de alta
posición y estudiosos de la astronomía.
Ellos no tuvieron inconveniente alguno para desplazarse desde sus
ciudades de origen hasta lograr su cometido.
Querían ante todo conocer al Altísimo y no escatimaron esfuerzos en
lograr su cometido. Aparte de esto,
acreedores de sus riquezas, le ofrecieron: oro, incienso y mirra. Con esto, ellos le estaban no solo conociendo
sino reconociéndole como lo que era en verdad el Señor: Rey, Dios y hombre.
El oro entregado
representa su realeza; significa riqueza, poder y sabiduría. El Señor fue
declarado “Rey de los judíos”, y es “Rey
de reyes”. Significa nuestra adoración
completa a Dios; rindiéndonos íntegramente a sus píes. El incienso dedicado es una sustancia aromática; se ofrecía en el
Antiguo Testamento como ofrenda de olor.
En ella se reconoce la divinidad
de Jesús y también representa las oraciones de los justos: “Que suba a tu
presencia mi plegaria como una ofrenda de incienso” ( Salmo 141:2); “…y copas
de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios” (Apocalipsis 5:8). Nuestra alabanza y gratitud a Dios. Por último la mirra representa al hombre
encarnado. Allí está plasmado el
sufrimiento que el Señor tendría que pagar por expiación de nuestros pecados. En la mirra se reconoce la humanidad de Jesús.
El incienso y la
mirra nos enseñan a Jesucristo como verdadero Dios y verdadero Hombre; en ellos
se conjugan sus dos naturalezas: la divina y la humana.
¿Qué tenemos
para ofrecerle nosotros al reconocerlo como Rey, Dios y Salvador? No sé que hay en el corazón de cada uno de
ustedes, pero podemos orarle así:
Amado
Señor: Hoy venimos a ofrecerte nuestro oro: la riqueza que encierra todo lo
material que Tú mismo nos has regalado.
Te entregamos nuestros hogares, trabajos y satisfacciones. Te brindamos también nuestro incienso: todas
las oraciones que elevamos hacia ti, no solo reconociendo tu divinidad sino
también presentándote a nuestros seres
queridos. Quizá en momentos de carrera
hemos pronunciado unas a la ligera, como otras tantas reunidos contigo en la
intimidad de la alcoba o en los trayectos andados; por favor recíbelas todas y
permite que den el fruto esperado. De
igual modo te ofrecemos la mirra de nuestras angustias y debilidades. Allí está plasmado el decaimiento, la
enfermedad, la nostalgia y la tristeza.
Gracias Señor por ellas, porque nos recuerdan el sufrimiento mayor que
tuviste que pagar por cada uno. Queremos
entregarte nuestros corazones y decirte que te reconocemos como el único y
suficiente Rey, Dios y Señor de nuestras vidas.
Un abrazo y
bendiciones.
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