sábado, 22 de diciembre de 2012

Los regalos para el Señor



Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra.  
 Mateo 2:11.


Lectura diaria: Mateo 2:1-12.  Versículo principal: Mateo 2:11.

REFLEXIÓN

Los sabios de oriente; los que comúnmente se llaman reyes magos, siguieron su estrella y llegaron hasta la posada donde se encontraba el Niño Jesús.  Muy seguramente eran personas de alta posición y estudiosos de la astronomía.  Ellos no tuvieron inconveniente alguno para desplazarse desde sus ciudades de origen hasta lograr su cometido.  Querían ante todo conocer al Altísimo y no escatimaron esfuerzos en lograr su cometido.  Aparte de esto, acreedores de sus riquezas, le ofrecieron: oro, incienso y mirra.  Con esto, ellos le estaban no solo conociendo sino reconociéndole como lo que era en verdad el Señor: Rey, Dios y hombre. 
El oro entregado representa su realeza; significa riqueza, poder y sabiduría. El Señor fue declarado  “Rey de los judíos”, y es “Rey de reyes”.  Significa nuestra adoración completa a Dios; rindiéndonos íntegramente a sus píes.  El incienso dedicado  es una sustancia aromática; se ofrecía en el Antiguo Testamento como ofrenda de olor.  En ella se  reconoce la divinidad de Jesús y también representa las oraciones de los justos: “Que suba a tu presencia mi plegaria como una ofrenda de incienso” ( Salmo 141:2); “…y copas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios” (Apocalipsis 5:8).   Nuestra alabanza y gratitud a Dios.  Por último la mirra representa al hombre encarnado.  Allí está plasmado el sufrimiento que el Señor tendría que pagar por expiación de nuestros pecados.  En la mirra se reconoce la humanidad de Jesús.
El incienso y la mirra nos enseñan a Jesucristo como verdadero Dios y verdadero Hombre; en ellos se conjugan sus dos naturalezas: la divina y la humana.
¿Qué tenemos para ofrecerle nosotros al reconocerlo como Rey, Dios y Salvador?  No sé que hay en el corazón de cada uno de ustedes, pero podemos orarle así:

Amado Señor: Hoy venimos a ofrecerte nuestro oro: la riqueza que encierra todo lo material que Tú mismo nos has regalado.  Te entregamos nuestros hogares, trabajos y satisfacciones.  Te brindamos también nuestro incienso: todas las oraciones que elevamos hacia ti, no solo reconociendo tu divinidad sino también presentándote a  nuestros seres queridos.  Quizá en momentos de carrera hemos pronunciado unas a la ligera, como otras tantas reunidos contigo en la intimidad de la alcoba o en los trayectos andados; por favor recíbelas todas y permite que den el fruto esperado.  De igual modo te ofrecemos la mirra de nuestras angustias y debilidades.  Allí está plasmado el decaimiento, la enfermedad, la nostalgia y la tristeza.  Gracias Señor por ellas, porque nos recuerdan el sufrimiento mayor que tuviste que pagar por cada uno.  Queremos entregarte nuestros corazones y decirte que te reconocemos como el único y suficiente Rey, Dios y Señor de nuestras vidas.

Un abrazo y bendiciones.

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