viernes, 7 de diciembre de 2012

Reconoce que no hay otro Dios



Reconoce y considera seriamente hoy que el Señor es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra y que no hay otro. 
Deuteronomio 4:39.


Lectura diaria: Deuteronomio 4:32-40.  Versículo principal: Deuteronomio 4:39.

REFLEXIÓN

El Señor Dios nos dejó sus mandamientos para cumplirlos, pero poco a poco y con las épocas que van avanzando, el hombre se va olvidando de practicarlos.  La postmodernidad, llena de alta tecnología pareciera que en vez de permitir un acercamiento a Dios, lo alejara completamente hasta el punto del ser humano creer que el avance de la ciencia es obra de sus manos, desconociendo que quien da la sabiduría y la inteligencia es precisamente, el Diseñador por excelencia.
Por otro lado, el hombre se inventa cualquier ídolo o forma de desviarse y en lugar de buscar sinceramente al Creador de universo, se va tras imágenes y ritos que no le van a dejar nada bueno.  “Pero sus ídolos son de oro y plata, producto de manos humanas. Tienen boca pero no pueden hablar; ojos, pero no pueden ver; tienen oídos, pero no pueden oír; nariz, pero no pueden oler; tienen manos, pero no pueden palpar; pies, pero no pueden andar; ¡ni un solo sonido emite su garganta!  Semejantes a ellos son sus hacedores, y todos los que confían en ellos” ( Salmo 115:4-8); Dios, es un Dios celoso (Duteronomio 5:24) y no quiere que haya nada ni nadie por encima de Él.  Este es el primer mandamiento de su ley: “Yo soy el Señor tu Dios… No tengas otros dioses además de mí.  No hagas ningún ídolo ni nada que guarde semejanza con lo que hay arriba en el cielo,…” (Deuteronomio 5:6-10). 
No nos queda nada más que reconocer que el único capaz de sacarnos adelante y de hacer grandes proezas en nuestras vidas es el Señor.  “A ti se te ha mostrado todo esto para que sepas que el Señor es Dios, y que no hay otro.  Obedece sus preceptos y normas que hoy te mando cumplir” (vv. 39-40 en la lectura).   
Volteemos los ojos al Dios de la vida, nuestro Señor y Creador. Agarrémonos fuertemente de su mano, obedeciendo sus preceptos y normas para que al final podamos decir como el Salmista: “La gloria, Señor, no es para nosotros; no es para nosotros sino para tu nombre, por causa de tu amor y tu verdad” (Salmo 115:1).

Gracias Señor por mostrarnos que fuera de ti, no existe nadie más a quien podamos recurrir.  Tú eres el Dios soberano y sublime.  Nada de lo que nos ocurre se te escapa de las manos ni te olvidas de las angustias de los tuyos.  Reconocemos tu majestad; tú eres nuestro escudo y nuestra ayuda y en ti confiamos Dios Todopoderoso.

Un abrazo y bendiciones.

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