jueves, 31 de marzo de 2011

El poder del Espíritu para compartir

Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta lo último de la tierra.
Hechos 1:8.


Lectura diaria: Hechos 1:1-11. Versículo para memorizar: Hechos 1:8.


ENSEÑANZA


Este versículo es la continuación del mandato de la gran comisión dado por el Señor en Mateo 28:19-20. El Señor Jesús tendría que volver al Padre, pero no dejaría solos a los suyos. Era necesario que se fuera porque si no el Consolador no vendría (Jn. 16:7), y el poder para testificar lo recibirían directamente del Espíritu Santo. La orden es para todo aquel que sabe que Jesús es el Salvador del mundo, no quedó exclusiva para sus discípulos y todo el que cree en Él y le recibe en su vida, de hecho ya tiene la presencia del Espíritu también. Así que el cristiano debe estar listo: “calzados con la disposición de proclamar el evangelio de la paz” (Ef. 6:15). Cada cual debe preguntarse cuál es la Jerusalén, la Judea y Samaria a donde debe ir primero. Muy seguramente la Jerusalén sean los familiares de hogar, la Judea, los parientes o vecinos y la Samaria pueden ser los compañeros de trabajo, de universidad o del barrio. Preguntémonos cuáles son por lo menos estas tres primeras, para luego si ir compartiendo donde quiera que nos encontremos. Tenemos que tener el denuedo para hacerlo: a tiempo y a destiempo; hay que insistir y persistir: “Predica la Palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar” (2 Ti. 4:2). Si nos da temor o vergüenza, pidámosle al Espíritu Santo poder para que sea Él quien nos guíe a toda verdad y nos ponga las palabras para predicar con todo su fruto, ya que lo tenemos a disposición: (amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Gál. 5:22). La voluntad de Dios es que compartamos a otros y si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye (1 Jn. 5:14). Entonces, manos a la obra.


Si quieres ser discípulo de Jesús, te invito a aceptarle en tu vida como Señor y Salvador con una corta oración:


Señor Jesucristo, yo te necesito, te abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Señor y Salvador. Toma el control del trono de mi vida, perdona mis pecados y hazme la persona que tu quieres que yo sea. Gracias por venir a mí; por perdonarme y limpiarme; y por darme todo el poder de tu Santo Espíritu. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

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