domingo, 27 de marzo de 2011

Lamento ante sus píes

¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste.
Jeremías 20:7.


Lectura diaria: Jeremías 20:7-10. Versículo para memorizar: Jeremías 20:7.


ENSEÑANZA


Cualquiera pensaría que estas palabras del profeta fueron de exaltación al Señor, pero no; todo lo contrario, Jeremías estaba ante la presencia de Dios, desbordando su corazón ante Él, y con mucha sinceridad le exclama que se dejó convencer y por eso estaba pagando muy alto el costo de su seguimiento. Muchos lo apodan como “el profeta llorón”, pero si vamos a los hechos, lo que le tocó vivir no fue nada fácil. Sin embargo, en la perfección de la obra que Dios tiene a bien terminar en cada uno, hay un propósito definido de parte del Señor, que muchas veces no logramos entender; como dice su Palabra: “Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos –afirma el Señor–“ (Is.55:8). Ante la adversidad no nos acordamos de todas las palabras bonitas y ofrecimientos hechos al Señor. En una ocasión un pastor predicaba precisamente, sobre cuántas cosas no decimos por decirlas, simplemente repitiéndolas sin darnos cuenta del verdadero significado que tienen. Por ejemplo, en las alabanzas hay cantidad de frases como esta: “Renuévame Señor porque todo lo que hay dentro de mí, necesita ser cambiado”, y cuando el Señor quiere empezar a renovarnos y tiene que empezar a sacar lo que no sirve, lo que no nos deja seguir adelante, entonces, renegamos y le preguntamos ¿por qué Señor? ¿Por qué a mí? Toda transformación produce golpes y nuevas costuras, para que al final el producto esté como lo esperamos. Así sucede con nuestras vidas. El que empezó tan buena obra, la llevará a feliz término y sabe exactamente cuál es el camino para llegar a la meta deseada. Aprendamos de Jeremías así nos traten de llorones o quejosos; pongámonos ante su presencia y abramos el corazón ante el Señor sea cual sea la dificultad que estemos viviendo; al final de cuentas, si no lo hacemos ante Él ¿ante quién lo haremos? Si no vamos a Él, ¿a quién iremos? Estoy segura que son los momentos más preciosos de intimidad con el Señor. Es ahí cuando verdaderamente sentimos su presencia, ternura y amor. La aflicción nos deja la comunión continua con nuestro amado Señor y por ende la gran satisfacción de sentirlo más cerca de nosotros.


Te invito a entregarle tu vida al Señor:


Señor Jesucristo: yo te necesito, te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador. Perdona mis pecados, toma el control del timón que yo manejo y hazme la persona que quieres que yo sea. Gracias por perdonar mis pecados y por darme la vida eterna. Gracias porque mis aflicciones contigo son llevaderas. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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