martes, 15 de marzo de 2011

¿Seguirle o abandonarle?

–Señor –contestó Pedro–, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
Juan 6:68.


Lectura diaria: Juan 6:60-71. Versículo para memorizar: Juan 6:68.


ENSEÑANZA


En el mismo capítulo, pero anterior a la lectura del día, el Señor le hablaba a la multitud que lo seguía metafóricamente lo siguiente: “–Yo soy el pan de vida –declaró Jesús–. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mi cree nunca más volverá a tener sed” (v. 35). Les decía que el que come su carne y bebe su sangre tendrá vida eterna y permanece en Él y Él en ellos (vv. 54, 56). Muchos de los presentes no entendieron sus palabras y algunos de sus discípulos le volvieron la espalda puesto que les parecía una enseñanza muy difícil de aceptar (v.60). Entonces, Jesús les pregunta a los doce, si ellos también quieren marcharse, a lo que Simón Pedro, responde con mucha sabiduría: ¿A quién iremos? Vale la pena también nosotros cuando estamos en aflicción y nada se logra ni sale bien, hacernos la misma pregunta. Las circunstancias de la vida a veces nos desaniman y pareciera que todo es oscuridad. No encontramos al Señor, no lo vemos, nos sentimos desamparados, solos; sin embargo… ¿A quién iremos? ¿Al brujo? ¿Al hechicero? ¿Al parapsicólogo? No, no. Si ya conocemos al Señor tenemos que saber con certeza que pase lo que pase estamos en su mano y jamás nos abandonará. He aprendido de mi padre a exclamar ante la adversidad una bonita frase: “Dios no se ha muerto”. Es verdad, Él es Todopoderoso y experto en arreglar imposibles. Solamente Jesús tiene palabras de salvación para la humanidad; solamente con el Señor podemos salir avante, y solamente con Él, podemos tener vida eterna.


Si estás pasando un desierto largo y asolado, te invito a buscar al que te da pan de vida y puede calmar tu sed: al Señor Jesucristo. Puedo sugerirte una corta oración. Orar es hablar con Dios; yo te la sugiero, pero tú puedes dirigirte a Él con palabras tuyas que salgan del fondo del corazón.


Señor Jesucristo: Yo te necesito; te abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Señor y Salvador. Perdona mis pecados y hazme la persona que deseas que yo sea. Gracias Señor por perdonarme y limpiarme, gracias por enseñarme que fuera de ti no hay nadie más que pueda salvarme, y gracias por darme la vida eterna que me ofreces. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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