sábado, 11 de julio de 2015

Jesús es la Palabra de fe que predicamos




Este mandamiento que hoy te ordeno obedecer no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. ¡No! La palabra está muy cerca de ti; la tienes en la boca y en el corazón, para que la obedezcas. 
Deuteronomio 30:11 y 14.


Lectura: Deuteronomio 30:11-20.  Versículos del día: Deuteronomio 30:11 y 14.

MEDITACIÓN DIARIA

He escuchado a muchas personas decir que todavía no aceptan al Señor porque no están preparados para hacerlo y prefieren seguir en sus vidas desordenadas. Si nos damos cuenta no es que por nuestros propios medios lleguemos al Señor; es que Dios en su infinita misericordia nos mandó a su Hijo; estableció un puente entre Él y el hombre y ese puente se llama Jesucristo. Dios quiere es nuestra disposición y sinceridad para acercarnos; quiere que nos reconozcamos como lo pecadores que somos y dejarnos guiar por sus preciosas manos. De otro modo, no podría manifestar su poder y gloria al ir haciendo su regeneración en cada uno de nosotros.
Lo que Dios espera que hagamos es muy sencillo, está a nuestro alcance. No está arriba en el cielo, ni al otro lado del océano para ir a buscarlo (vv. 12 y 13). ¡Es su Palabra la que está muy cerca! ¡Es su creación! ¡Todo el universo habla de su gloria! Y el Rey de ese universo se llama Jesús; ¡Jesús de Nazaret quien vino a morir en nuestro lugar! Esa es en resumen la Palabra. Pablo nos lo deja muy claro: “Ésta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.  Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo (Romanos 10: 8-10. Leer desde el 6).
¡Esa es la palabra de fe! Lo único que tienes que hacer es confesarlo con tu boca creyendo en tu corazón. ¿Deseas hacerlo? Te puedo dirigir con una pequeña oración. Di así:

Señor Jesús: Hoy confieso con mi boca y creo en mi corazón que Tú eres el Hijo de Dios quien vino a morir en mi lugar: creo que tu bendita sangre me limpia de todos mis pecados y que resucitaste para darme vida. Hoy decido aceptarte como mi Señor y Salvador personal. Gracias por perdonarme y limpiarme, y  estar por siempre conmigo.

Un abrazo y bendiciones.

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