jueves, 5 de junio de 2014

Mañana puede ser tarde




Nosotros, colaboradores de Dios, les rogamos que no reciban su gracia en vano. Porque él dice: “En el momento propicio te escuché,  y en el día de salvación te ayudé”.  Les digo que éste es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación! 
2 Corintios 6:1-2.


Lectura: 2 Corintios 6:1-13.    Versículos del Día: 2 Corintios 6:1-2.

MEDITACIÓN DIARIA

Bien se nos dice que no dejemos para mañana, lo que podamos hacer hoy.  Nadie tiene la vida comprada y el Señor Jesús vino a pregonar el año del favor del Señor.  En Él se estaba cumpliendo lo profetizado por Isaías (Isaías 61:1-3); en (Lucas 4:18-19); pero los suyos, los de Nazaret lo rechazaron,  por eso en su lamento por Jerusalén dijo: “¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz!” (Lucas 19:42).
«Por eso, Dios volvió a fijar un día, que es “hoy”, cuando mucho después declaró por medio de David lo que ya se ha mencionado: “Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón”» (Hebreos 4:7).
El Señor mismo está haciendo un llamado a todo aquel que le escucha para que no retarde más su decisión; para que no endurezca más el corazón y le permita ser su Señor y Salvador personal.  Es “hoy”; no es mañana ni pasado mañana, ni dentro de una semana; es “hoy”. Hoy es el día de la gracia, del regalo especial de parte de Dios.
Quizá hoy es el único día que tienes para reconocerle como tu Redentor, mañana puede ser tarde. El Señor te dice: “¡Cómo quisiera que hoy  supieras lo que te puede traer paz!”.  No permitas que el enemigo te engañe; muy seguramente te dirá que tienes el tiempo suficiente.  Pero si Dios te llama hoy, ¿que vas a decirle?  Noo; de ninguna manera; acéptale en tu vida. Si deseas puedo guiarte con una oración; dile así:

Señor Jesucristo: Yo reconozco que eres el Hijo de Dios que te hiciste hombre y padeciste por mí en una cruz; que resucitaste de entre los muertos y estás sentado a la derecha del Padre.  Hoy vengo a ti; perdona mis pecados y te acepto en mi corazón como mi único Señor y Salvador. Gracias por entrar en mi vida, por perdonarme y limpiarme; gracias por darme la vida eterna contigo. Amén.

Un abrazo y bendiciones.

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