Entonces Jesús exclamó con fuerza: —¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! al decir esto, expiró.Lucas 23:46.
Lectura: Lucas
23:26-49. Versículo del día: Lucas
23:46.
MEDITACIÓN DIARIA
La crucifixión era la
pena más dramática y vil de esos tiempos. Fue creada precisamente para que
fuera lenta y desgarradora. Las Escrituras se cumplían: Jesús condenado a una
muerte tan cruel sin haber cometido jamás pecado alguno: “Y fue contado entre
los transgresores” (Lucas 22:37). Tal vez no apreciamos lo que fue su calvario
porque se volvió costumbre en cada Semana Santa, escuchar el mismo ‘cuento’;
porque cuando miramos un crucifijo vemos a un hombre colgado en un madero pero
con cara bonita vigorosa; pero no fue así.
La pasión de Cristo,
comienza desde el Getsemaní cuando en su angustia sudó gotas de sangre (Lucas
22:44). Más tarde fue maltratado por los
mismos soldados romanos quienes lo abofetearon, lo escupieron, se burlaron y le
pusieron una horrenda corona de espinas (Mateo 27:27-30) que traspasó sus
sienes. Fue despojado de su ropa y flagelado. Cada latigazo rasgaba su piel
porque sus puntas tenían incrustado pedazos de vidrio. Por lo general un hombre
moría con 39 látigos. Ya para esos
momentos no había figura en Él conocida y lo profetizado por Isaías se
convertía en realidad: “Muchos se asombraron de él, pues tenía desfigurado el
semblante; ¡nada de humano tenía su aspecto!” (Isaías 52:14). Su espalda se convirtió en un amasijo de
carne. “No había en él belleza ni
majestad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo hacía
deseable” (Isaías 53:2). Aun así, le faltaba recorrer terreno; al salir hacia el monte, un hombre de Cirene le
ayudó a cargar su cruz y llegaron hasta el Gólgota. Allí le dieron vino mezclado con hiel (Mateo
27:32-34). Fue crucificado en un madero
cruzado, donde le clavaron en manos y píes clavos que los traspasaron y que
luego al levantarlo la fuerza de la gravedad hizo que se rompieran sus
ligamentos y articulaciones. ¡Mayor
sufrimiento no podía haber! Tenía sed y
le alcanzaron una caña con vinagre (Juan 19:28-29).
¿Hasta dónde llegó su
sufrimiento? Pero más allá de eso:
¿Hasta dónde llegó su misericordia?
Entre sus últimas palabras brotaron unas que jamás merecemos: “—Padre
—dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (v. 34 en la lectura).
No creas que por no
estar allí, no entras en esa chusma que lo crucificó. Todos, absolutamente todos presentes o no
presentes lo crucificamos; porque no hay justo ni aún uno; no hay nadie que
entienda; no hay nadie que haga lo bueno (Romanos 3:10-12). Por ti, por mí, por
toda la humanidad, nuestro buen Jesús, sufrió tan horripilante muerte. Él pagó
todo el precio de nuestros pecados: “Él fue traspasado por nuestras rebeliones,
y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de
nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isaías 53:5).
Ahora, solo nos basta
con reconocer todo lo que padeció. Decirle: Señor acepto que pagaste por
mí. Es el momento de hacerlo; quizá tu
tiempo se está acabando y Él quiere darte vida eterna.
Amado Señor Jesús: Mi
corazón se estremece y de mis ojos brotan lágrimas cada vez que leo tu Palabra
y entiendo tu obra redentora en la cruz.
Permite que todos cuantos estén leyendo este devocional, también
comprendan en su mente y corazón todo el escarnio que pagaste sin merecerlo
para llevarnos contigo hacia el camino de la salvación. ¡Gracias mi Señor
porque ese amor traspasa las barreras de lo comprensible!
Un abrazo y
bendiciones.
Bibliografía: “La crucifixión de Jesús”. Por Matt Slick
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