miércoles, 2 de abril de 2014

No somos mejores que ellos




Por tanto, sépalo bien todo Israel que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías. 
Hechos 2:36.


Lectura: Hechos 2:1-47.  Versículo del día: Hechos 2:36.

MEDITACIÓN DIARIA

¡Qué tristeza por el pueblo judío!  Su conducta nunca fue la más aplaudida.  Desde el Éxodo, el pueblo de Israel siempre se mostró desobediente, terco e idólatra.  Pasaron por líderes íntegros como Moisés, Josué, Débora,  Gedeón; Samuel, David, Salomón, Elías y Eliseo; otros reyes y profetas que hicieron las cosas agradando a Dios, pero que sin embargo se encontraron con un pueblo obstinado e incrédulo y con corazón de piedra sin querer entender el camino del Señor.   En esa tónica estaban cuando el Señor Jesús vino al mundo y se hizo hombre. A pesar de estar esperando al Mesías prometido, no le creyeron y les pareció más fácil matarlo que escuchar su mensaje de salvación.
Aun así, Dios no se olvida de ellos; es su pueblo amado y pase lo que pase nunca los desconocerá.  Fue su promesa; “Y quiero que sepan que esto no lo hago por consideración a ustedes. Lo afirma el Señor. ¡Oh, pueblo de Israel, sientan vergüenza y confusión por su conducta!” (Ezequiel 36:32). La Biblia también  habla de que lloraran y se lamentarán por lo que le hicieron al Señor: “Sobre la casa real de David y los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de súplica, y entonces pondrán sus ojos en mí. Harán lamentación por el que traspasaron, como quien hace lamentación por su hijo único; llorarán amargamente, como quien llora por su primogénito” (Zacarías 12:10).
El mensaje de la salvación vino primero que todo para ellos (Hechos 13:46); pero como no lo aceptaron, la gracia se derramó sobre los gentiles. Sin embargo, nosotros criticamos y hasta nos enfadamos con los judíos creyendo que si hubiésemos estado ahí nos habríamos portado de manera diferente. No es así; somos iguales de tercos y desobedientes. Pero lo  importante es que  reconozcamos el error; hay que aceptar las palabras de Pedro; pedir perdón al Señor y no esperar para más tarde aceptarlo como Salvador: “Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados” (v. 38 en la lectura).

Amado Señor: ¡Gracias por tu obra redentora! Te reconocemos como el Mesías y Señor enviado por Dios Padre, que viniste al mundo para salvarnos. Enséñanos a ser sumisos y disciplinados en tus mandatos.  Permite que seamos abiertos a tu Palabra y que no te aflijamos con nuestra incredulidad. 

Un abrazo y bendiciones.

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