Por tercera vez Jesús le preguntó: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?» Así que le dijo: —Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. —Apacienta mis ovejas —le dijo Jesús—.Juan 21:17.
Lectura diaria: Juan
21:15-18. Versículo principal: Juan
21:17.
REFLEXIÓN
¿Cuántas veces quizá el Señor ha
tenido que preguntarnos si lo amamos? Quizá no han sido ni dos ni tres sino muchas
más. Al igual que Pedro le conocemos,
estamos con Él, andamos por su camino, le seguimos y le decimos también que si
es necesario moriremos defendiéndolo.
Sin embargo, cuando el enemigo acecha y la situación se torna oscura, se
nos olvidan todas las promesas. Lo triste es que no tenemos que estar coaccionados;
simplemente no lo hacemos. Actuamos por impulsos o sentimientos sin
tener en cuenta que nuestra fe debe llegar mucho más allá.
Es cierto que los cristianos
estamos viviendo una época de relativa calma y tolerancia por parte del
mundo. Nos tocó un tiempo privilegiado,
por lo menos en lo que respecta a occidente; y aun así, no tenemos el valor de
predicar al Cristo vivo quien vino a cambiar la humanidad y restituir al hombre
del pecado que lleva encima.
Estamos negando al Señor cuando
no damos testimonio con nuestra propia vida; lo negamos también al callar lo
que Él ha hecho por nosotros; igualmente, al no ser compasivos con el prójimo y
mucho menos cuando dejamos de amar al enemigo.
Vivimos en una constante frialdad espiritual que nos hace seguir como Vicente:
“P’donde va la gente”. Nos dejamos
llevar fácilmente por el mundo y éste nos envuelve de tal manera que se nos
olvida de dónde nos sacó el Señor y quiénes éramos antiguamente. Sin tener la opresión encima pensando que si
hablamos recibiremos una cárcel e incluso la muerte misma como le tocó a muchos
mártires, y teniendo libertad de cultos no predicamos lo que decimos que
somos. Nos llenamos de temor, de timidez
y de nuestros labios no sale palabra alguna para hacernos sentir como creyentes
verdaderos.
Pongamos nuestro nombre en vez
de Simón y que nuestras palabras broten sinceras al contestarle: “Señor, tú lo
sabes todo; tú sabes que te quiero”. Tenemos
el poder de Dios, lleno de amor y de dominio propio, en vez de timidez; “Así
que no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor” (2 Timoteo 1:7-8).
Amado Señor: Que verdaderamente
sea sincero ese “Amado” que brota de mi corazón. Si hemos perdido el rumbo tuyo que enmarca tu
andar, restitúyenos como a Pedro y llénanos del poder de tu Santo Espíritu para
que los demás te vean a ti, cuando voltean sus ojos hacia nosotros.
Un abrazo y bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario