viernes, 9 de noviembre de 2012

Amor sin límites



Tu amor, Señor, llega hasta los cielos; tu fidelidad alcanza las nubes.  
 Salmo 36:5.


Lectura diaria: Salmo 36:1-12.  Versículo principal: Salmo 36:5.

REFLEXIÓN

Yo creo que no buscamos a Dios porque simplemente no valoramos su amor.  Si entendiésemos por un instante hasta dónde es capaz de amarnos, seguramente que verdaderamente sería nuestro Dios, Señor, Salvador y Rey.   Tomamos como muy deportivo el hecho de Dios Padre haber entregado a su único Hijo para perdón de nuestros pecados y ser partícipes de la gloria eterna.  Tal vez, se volvió una costumbre el mirar un crucifijo y asimilarlo con un muñeco que está ahí puesto.  Pero estas réplicas no llegan ni a lo más mínimo de lo que en realidad sucedió.  Del Señor Jesús, no quedó ni parecido ni forma alguna porque literalmente fue: “traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades” (Isaías 53:5).  ¿Hay algún amor más grande que ese?  De ninguna manera.  
Antes en las iglesias cantábamos de su amor maravilloso: “Tan alto que no puedo estar arriba de él; tan bajo que no puedo estar debajo de él; tan ancho que no puedo estar afuera de él.  ¡Tan grande es el amor de Dios!”.  Cuando comprendemos su amor, nos volvemos agradecidos con Él.  El rey David expresa en muchos Salmos su gratitud a Dios a través de la alabanza y la adoración.  Uno de ellos está plasmado en el 103, donde quiere que todo su ser le alabe completamente.  El maravilloso amor de Dios es incomparable.  Él es el único que puede sanar nuestras heridas y llegar al corazón abatido para que la amargura, la tristeza y la desolación se alejen, y se conviertan en regocijo, bienestar, compañía y paz: “Pues tu amor es tan grande que llega a los cielos; ¡tu verdad llega hasta el firmamento” (Salmo 57:10).
Qué hermoso es saber que aunque padre, madre, esposo o esposa nos abandonen, tenemos al Padre celestial, al esposo incomparable que nos tomará en sus brazos y nos hará saber y conocer de su amor sin límites.  Ante su gran amor no nos queda más que rendirle todo honor, honra y gloria porque solamente Él es digno de toda adoración.

“Oh Señor, Por siempre cantaré la grandeza de tu amor; por todas las generaciones proclamará mi boca tu fidelidad” (Salmo 89:1).

Un abrazo y bendiciones.  

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