Tú, oh Dios me enseñaste desde mi juventud, y aún hoy anuncio todos tus prodigios.Salmo 72:17.
Lectura diaria: Salmo
72:1-24. Versículo principal: Salmo
72:17.
REFLEXIÓN
Entre más temprano sepamos del
Señor, más temprano tendremos la oportunidad de gozar de todos sus
beneficios. Si bien es cierto que la
juventud es una etapa bonita, también es claro que está llena de expectativas y de muchos cambios que
alteran por lo general el carácter de la persona; se encuentran vacíos y ausencias
que no se entienden. Por consiguiente,
es un regalo extra de Dios el permitirnos conocerle en ese tiempo, por lo difícil
que puede ser para muchos adolescentes.
El conocer del Señor en años jóvenes, nos ayuda para ir poco a poco
entendiendo los afanes de la vida y saber que tenemos en nosotros al mejor
Amigo y Consejero que está listo para escucharnos y tendernos la mano; por eso
dice el Predicador Salomón: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud
antes que lleguen los días malos y vengan los años en que digas: ‘No encuentro
en ellos placer alguno’ (Eclesiastés 12:1).
Con el correr de los años, serán
muchísimas las expectativas y los problemas que hemos aprendido a solventar con
la ayuda del Señor: “Oh Dios, tú has hecho grandes cosas; tu justicia llega a
las alturas. ¿Quién como tú, oh Dios? Me has
hecho pasar por muchos infortunios, pero volverás a darme vida; de las
profundidades de la tierra volverás a levantarme. Acrecentarás mi honor y volverás a consolarme”
(vv. 19-21). Por lo menos en mi vida
estas palabras son una realidad. Ahora
con corazón agradecido por todas sus bondades, mi petición es: “Aun cuando sea
yo anciano y peine canas; no me abandones, oh Dios, hasta que anuncie tu poder
a la generación venidera, y de a conocer tus proezas a los que aún no han
nacido” (v. 18). Espero con ansias a mis
nietos y contarles mis historias. El
Señor me permita disfrutar con regocijo de esta alegría.
“Gritarán de júbilo mis labios
cuando yo te cante salmos, pues me has salvado la vida. Todo el día repetirá mi lengua la historia de
tus justas acciones” (vv. 23-24a).
Amado Señor: Gracias porque me
diste el mejor regalo desde mi juventud: gozar una vida con propósito aquí en
la tierra y tener la certeza de vida eterna, cuando me llames a tu presencia.
Un abrazo y bendiciones.
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