Nadie puede negar que todos mueren, que sabios e insensatos perecen por igual, y que sus riquezas se quedan para otros.Salmo 49:10.
Lectura diaria: Salmo 49:1-20. Versículo principal: Salmo 49:10.
REFLEXIÓN
La muerte es un acontecimiento
igual que lo es el nacimiento. No
estamos acostumbrados a hablar de ella y es como un mito del que no quisiéramos
que ni nos lo nombraran. Sin embargo, no
hay realidad más segura que ésta: “Nadie puede salvar a nadie, ni pagarle a
Dios rescate por la vida” (v. 7).
Se nos debería hablar de la
muerte física con más frecuencia, pero es tal el enigma que se encierra en
torno a ella que siempre se prefiere ni siquiera pronunciar su nombre. Conocí una señora que con su hijita jovencita
y por cierto muy bonita se le diagnosticó cáncer, y ella tenía prohibido en su
casa pronunciar la palabra “muerte”. Para
ella esto no existía y aun después de morir la niña no aceptaba que estuviese
muerta; creo que se le convirtió en un conflicto psicológico. Tenemos que ser conscientes que por más dinero que se tenga, la muerte no
es negociable con nadie: “Como ovejas, están destinados al sepulcro; hacia allá
los conduce la muerte. Sus cuerpos se
pudrirán en el sepulcro, lejos de sus mansiones suntuosas” (v. 14).
Considero que estas situaciones
se dan porque no estamos familiarizados con este fenómeno. Si lo miramos desde el área espiritual, el
hombre no fue creado para morir, pero al desobedecer a Dios entró al mundo
tanto la muerte física como la espiritual.
Sabiendo que todos vamos para el sepulcro, nos queda por lo menos
salvarnos de la muerte espiritual y por esa fue que vino el Señor Jesucristo al
mundo: a llevar sobre su cuerpo todo el peso del pecado de la humanidad y
darnos con Él vida eterna. Este es el
testimonio que debemos creer si queremos después de la muerte física, vivir en
la patria celestial: “Y el testimonio es este: que Dios nos ha dado vida
eterna, y esa vida está en su Hijo. El
que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la
vida” (1 Juan 5:11-12).
Así que el Señor Jesucristo
venció a la muerte física con su muerte y resurrección. Como Pablo podemos exclamar: “¿Dónde está, oh
muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? El aguijón de la
muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria
por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1 Corintios 15:55-57). Dios en su infinito amor mandó a su Hijo “para
que todo el que crea en él, tenga vida eterna” (Juan 3:16). Es común tenerle miedo a la muerte pero con
Cristo tienes la oportunidad de vivir eternamente. Te invito a que le entregues tu vida y puedas
gozar de este regalo de Dios. Podemos
orar así:
Señor Jesucristo, yo te necesito; te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y mi Salvador personal. Ven a morar conmigo, perdona mis pecados y
dame la vida eterna juntamente contigo.
Gracias Señor por haber muerto en mi lugar y por perdonarme y
limpiarme de toda iniquidad. En tu nombre Jesús, amén.
Oro para que esta plegaria haya
llenado tu vida y ahora tengas una nueva esperanza: la esperanza gloriosa de una
vida eterna al lado del Rey de reyes y Señor de señores. Ahora tanto tú como yo podemos decir como el
Salmista: “Dios me rescatará de las garras el sepulcro y con él me llevará” (v.
15 en la lectura).
Un abrazo y bendiciones.
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