El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido.Salmo 51:17.
Lectura diaria: Salmo
51:1-17. Versículo principal: Salmo
51:17.
REFLEXIÓN
A Dios le agrada que reconozcamos
nuestras faltas y vayamos a Él con corazón arrepentido hasta el punto de
quebrantarse por el dolor que causa el haber caído. Nadie mejor que David para enseñarnos lo que
se siente cuando desbordamos el espíritu acongojado y avergonzado ante Dios por
causa de nuestra propia iniquidad. Los
cristianos de hecho, ya hemos podido experimentar esta verdad. A Dios no lo podemos engañar: “Yo sé que tú
amas la verdad en lo íntimo; en lo secreto me has enseñado sabiduría” (v. 6), y
si queremos ser honestos y fieles en sus mandatos, debemos también aprender a
reconocer nuestras faltas, y humillados pedirle perdón.
Es común en la gente creer que
por ser cristianos somos completamente ajenos al pecado, lo cual es un
error. Caemos como cualquiera de los
mortales. Lo hermoso y significativo es
que ya tenemos una comunión directa con el Señor y si confesamos, Él que es
fiel y justo nos los perdona y nos limpia completamente (1 Juan 1:9). El confesar como nos lo muestra David no es
solamente decirle “Señor perdóname” y ya; es sentir de verdad el dolor y la
vergüenza que nos produce el haberle transgredido. Hay que reconocer sin tapujos el pecado y
pedir una restauración total al respecto: “Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu” (v. 10); “que un espíritu
obediente me sostenga” (vv. 10 y 12). Es
en sí, lo que nos enseñaron a muchos cuando pequeños: “contrición de corazón y
propósito de enmienda”; arrepentimiento genuino y deseo de no volver a caer en
lo mismo.
Pidámosle al Señor que nos de un
corazón que además de ser capaz de reconocer las faltas, se humille ante su
presencia por el dolor, con espíritu quebrantado y suplicante.
Amado Dios: Tú no despreciaste a
David por tener un corazón sincero y humilde como a ti te place. Queremos también como él, poder llegar ante
tus píes con el mismo quebrantamiento y ruego por los pecados cometidos. Enséñanos
a tener un espíritu contrito y humillado cada vez que desobedecemos tus
preceptos.
Un abrazo y bendiciones.
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