No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco.Romanos 7:15.
Lectura diaria: Romanos
7:7-25. Versículo principal: Romanos
7:15.
REFLEXIÓN
El conflicto que vivió el apóstol
Pablo es muy frecuente en los cristianos.
Podemos saber que algo está mal y sin embargo el pecado nos arrastra y
nos dejamos convencer fácilmente.
Desafortunadamente el camino de la desobediencia es ancho y
llamativo. “De hecho, no hago el bien
que quiero, sino el mal que no quiero” (v. 19).
Nos sucede también el deleitarnos en la ley de Dios, “pero en el cuerpo
existe otra ley, que es la ley del pecado” (v. 23).
La vida cristiana se convierte en
una guerra espiritual continua entre la carne y el espíritu, pero no debemos
desanimarnos ni dejarnos creer por el enemigo que “definitivamente no tenemos
cambio”. No; eso es lo que él quiere que
hagamos, que tiremos la toalla y nos desalentemos. Que entre la duda, la falta de perdón con uno
mismo y nos abandonemos a la tristeza para luego entrar en una fase de
depresión y auto-conmiseración. Pero pensemos en el mismo Pablo, él tenía esa
lucha entre su vieja naturaleza y la nueva ¿vamos a estar exentos de lo mismo? No lo creo.
Al revés, pienso que son situaciones dadas, más frecuentes de lo que
imaginamos. Pero ¡Animémonos!
Pablo exclama al final: “¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro
Señor!” (v. 25), porque Él es el único que nos puede librar de este cuerpo
mortal: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Tenemos
su Santo Espíritu que nos da el poder de resistir y vencer la tentación, “Si el
Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu” (Gálatas 5:25); porque: “Todo
el que ha nacido de Dios vence al mundo.
Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que
cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:4-5).
Recordemos que el Espíritu Santo
nos redarguye de pecado y si hemos cogido el camino equivocado, podemos pedir
perdón y retomar el sendero correcto: “Cual oveja perdida me he extraviado; ven
en busca de tu siervo, porque no he olvidado tus mandamientos” (Salmo 119:176).
Señor Jesús: Enséñanos a
crucificar la naturaleza pecaminosa y a llenarnos de tu Santo Espíritu para
sembrar en nosotros semillas que germinen dando fruto que permanezca para
siempre.
Un abrazo y bendiciones.
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