lunes, 25 de julio de 2011

La envidia, mal que carcome

Saúl les comunicó a su hijo Jonatán y a todos sus funcionarios su decisión de matar a David.

1 Samuel 19:1.


Lectura diaria: 1 Samuel 19:1-24. Versículo para destacar: 1 Samuel 19:1.


ENSEÑANZA


El Señor había abandonado a Saúl por su desobediencia y el profeta Samuel en secreto había ungido como rey al menor de los hijos de Isaí. David, a pesar de haber asistido ya al rey con su música y de haber librado a Israel de las manos del gigante, fue el blanco de Saúl porque éste permitió que su corazón se llenara de envidia y el espíritu maligno que lo perseguía lo llevo a desear la muerte de su fiel trabajador. La Biblia nos enseña a no darle cabida a Satanás (Ef. 4:27), cuando un pensamiento falso llega, lo mejor es llevarlo a los píes del Señor (2 Co. 10:5). Saúl no supo dominar su furia convertida en una envidia enfermiza y empezó a maquinar sus planes para deshacerse del fuerte guerrero que había resultado su pupilo. ¿Hasta dónde lleva la envidia?

Vemos que la envidia es engañadora: Saúl engañó a David ofreciéndole su hija mayor a cambio de su servicio con valentía en la guerra, lo cual no cumplió; la envidia se enmascara y no pone la cara: mandó a sus funcionarios a hablar con David porque no fue capaz de insistirle nuevamente de hacerlo su yerno, ofreciéndole ahora su hija menor si le traía cien prepucios de los filisteos con la intención malévola de que se pusiera al frente, y éstos lo mataran (1 Samuel 18:17-23). “El que odia se esconde tras sus palabras, pero en lo íntimo alberga perfidia” (Pr. 26:24). Muy diferente el perfil que vemos en los dos personajes de la historia: por un lado un hombre dejándose llevar por la pasión desenfrenada de la ira, con sentimientos fingidos e hipocresía descarada, al lado de un siervo fiel, humilde y que no desea más que el bien de su señor.

¿De qué lado estamos nosotros? La envidia hace olvidar a quien la sufre, hasta de su propio amor; muy seguramente no puede ser feliz porque siempre se siente en desventaja ante las personas o circunstancias que lo rodean. La envidia divide; no deja vivir ni vive “El corazón tranquilo da vida al cuerpo, pero la envidia corroe los huesos” (Pr. 14:30). La envidia es hermana de los celos y madre de la codicia. Aprendamos la lección dejada a través del rey Saúl (Dios se apartó de él), y ojalá exista humildad para no dejar que la falta de perdón cuando somos blanco de ésta, forme raíces de amargura en nuestro corazón. Hay un dicho que dice: “la envidia es mejor despertarla que sentirla” y es muy relativo. Hay que tener cuidado con despertarla y más aún con sentirla.


El deseo de Jesús es que tu vida sea integral y la única manera de lograrlo es a través de Él. Una corta oración puede permitirte una relación más personal a su lado. Si lo quieres, podemos orar así:


Señor Jesucristo: Yo te necesito; te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador; Toma el control del trono que hasta ahora yo manejo, perdona mis pecados y hazme la persona que deseas que yo sea. Gracias Señor por hacerlo, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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