domingo, 5 de julio de 2009

Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios

Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley.

Deuteronomio 29:29.

Sin duda alguna, la Escritura enseña que hay secretos escondidos para los hombres que Dios conoce y los puede revelar. Hay misterios difíciles de entender como el de la santa Trinidad, o el de la resurrección y por más que los analicemos y queramos llegar a una conclusión exacta, no lo lograremos. Esto pertenece a la absoluta soberanía de Dios.

Sin embargo, para los cristianos el Señor Jesús promete dar a conocer los secretos del reino de los cielos (Mateo 13:11). Tal parece, que nosotros somos privilegiados porque a los patriarcas y al pueblo judío en especial, no les fue revelado todo lo que después de Jesucristo se ha manifestado. Es apenas lógico entenderlo ya que Jesucristo es la revelación en carne de Dios y constituye la fuente de salvación para la humanidad. A través del Espíritu Santo, los hijos de Dios entienden la obra redentora y se torna en revelación comprensible y fehaciente para ellos. En los escritos paulinos el misterio es un aspecto de la verdad “anunciando el misterio que se había mantenido oculto por siglos y generaciones, pero que ahora se ha manifestado a sus santos” Colosenses 1:26.

Los cristianos somos, pues, recipientes y administradores de los misterios de Dios, tales como la resurrección, la voluntad divina, la gracia de Dios en Cristo, la relación con la iglesia como Cuerpo de Cristo y la presencia de Cristo en los creyentes entre otros, son verdades que nos competen y por las que debemos luchar sabiéndolas dirigir para la gloria y honra de Aquel, que permitió dárnoslas a conocer.

Nuestra responsabilidad como buenos administradores de la viña, es enseñar a otros lo aprendido y permitir que lo entregado se multiplique. El administrador debe ser fiel a su Señor. Como buen líder debe dar ejemplo de madurez y lealtad. Con ánimo y cordura sembrar este legado no sólo en nuestros hijos legítimos sino también en los espirituales para que ellos continúen la obra revelada y así sucesivamente hasta la consumación final, cuando se manifieste el misterio grandioso e indescriptible de la segunda venida de Cristo.

Ya que conoces lo revelado espero que tanto tú como yo cuando nos presentemos delante de Él, nuestro Señor y amo nos reciba con estas palabras: ¡“Hiciste bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!” Mateo 25:23.

Un abrazo y bendiciones.


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