jueves, 23 de julio de 2009

¿Cómo podría abandonarte, Dora?

¿Cómo podría yo entregarte, Efraín? ¿Cómo podría abandonarte, Israel?

Oseas 11:8.

Esta mañana al hacer mi devocional, después de haber tenido ayer, un día muy difícil con el Señor, donde Él se manifestó grandemente en el último minuto, ese versículo llegó a mi corazón como bálsamo refrescante. ¿Cómo podría abandonarte, Dora? “Simplemente, confía y cree en mí”, parecía que Dios estuviera susurrando a mi oído. Estas palabras me retumbaban fuertemente. Después de la tempestad, llega la calma. En ese tiempo de sosiego le pedí perdón a mi Señor porque aún me falta mucho para llegar a lanzarme y saber que ahí estará, presto a levantarme y sostenerme en sus brazos. Aparte de mis oraciones diarias oré en especial por mi hijo Daniel Andrés porque hoy tenía que defender su tesis; por la cita con mi oncólogo, y por las diligencias aplazadas y urgentes de realizar.

“En mi angustia clamé al Señor, y él me respondió” Jonás 2:2. “En mi angustia invoqué al Señor; llamé a mi Dios, y él me escuchó desde su templo; ¡mi clamor llegó a sus oídos! 2ª. Samuel 22:7. Sí. Ayer clamé con mi corazón abierto de par en par ante su presencia. Mis ojos se inundaron de lágrimas, hablando con Él. Al final, cuando todo parecía inalcanzable, en el silencio de la noche, respondió sólo como Él lo sabe hacer: en su tiempo, en su momento; no en el mío. Definitivamente, Dios nunca llega tarde como a veces creemos; ni antes ni después, llega en el momento justo.

“Alaba, alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios” Salmo 103:1-2. Ya en la tarde, al compartir mi devocional con ustedes, tengo que alabar y dar gracias a mi Señor, porque no olvidó ninguna de mis peticiones. A Dany le fue bien en la defensa, ésta a su vez era como su grado; mi oncólogo me dio de alta y pudimos cumplir los compromisos apremiantes que teníamos pendientes. ¡No quiero olvidar ninguno de sus beneficios! ¡Mi clamor llegó a sus oídos! Toda la gloria y la honra sean para mi Dios. ¡Es Él, quien me rescata!

“¡Cuánto te amo, Señor, fuerza mía! El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador, es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite!”

Un abrazo y bendiciones.

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