jueves, 16 de julio de 2009

He entregado en tus manos a Jericó

Pero el Señor le dijo a Josué: He entregado en tus manos a Jericó, y a su rey con sus guerreros.

Josué 6:2.

Las puertas de Jericó estaban bien cerradas y aseguradas por temor a los israelitas. Sin embargo, el poder de Dios se manifestó en su pueblo de manera sorprendente. Para Él no existen los imposibles. Simplemente ellos obedecieron las órdenes dadas por Dios y el séptimo día, al grito del pueblo, los muros cayeron y entraron sin ningún impedimento.

El Señor, dejó a través de este episodio una lección importante para nuestra vida cristiana. Podemos verlo ante la expectativa de cada uno. Vale la pena preguntarse, ¿en qué consiste mi Jericó? ¿Por cuál Jericó tengo que luchar? Tu Jericó puede ser aquello que tanto le has pedido al Señor que te conceda y no llega. A veces los muros son tan altos que nos creemos incapaces de romperlos. Al igual que los israelitas, Dios nos manda confiar en que recibiremos la promesa, pero hay que pelearla; hay que obedecer y seguir adelante aunque la veamos inalcanzable. El pueblo de Israel no cuestionó a Dios por ponerlos a marchar alrededor de la ciudad durante seis días y en el séptimo no dieron una sino siete vueltas. No cuestionó el gritar al unísono para que se derrumbaran las murallas. Así es en el cristianismo, hay infinidad de promesas pero pasamos inadvertidamente ante ellas o las tomamos muy deliberadamente e incluso muchas veces se piensa “eso es para los demás, pero no funcionará conmigo” porque tenemos miedo de enfrentar a los enemigos, de despedazar las murallas que se atraviesan. Si las promesas de Dios no llegan, tenemos que revisar nuestras vidas y empezar a luchar por ellas con nuestras armas espirituales (Efesios 6:10-18) Las promesas están en la Palabra para los hijos de Dios, hay que buscarlas y apropiárnoslas. Nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda (Hebreos 1:3)

Dios cumplió su promesa como respuesta a la fe de los israelitas y les concedió la victoria. Notemos que le habla a Josué en presente no en futuro e igualmente lo hace con nosotros. La promesa que tiene es para hoy no para mañana; pon a funcionar tu fe, obedécele y empieza a proclamar victoria.

¡HOY, HE ENTREGADO EN TUS MANOS A JERICÓ!

Un abrazo y bendiciones.

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