martes, 6 de octubre de 2015

Fruto bueno, apacible y delicioso



Pero la parte que cayó en buen terreno son los que oyen la palabra con corazón noble y bueno, y la retienen; y como perseveran, producen una buena cosecha. 
Lucas 8:15.


Lectura: Lucas 8:1-15. Versículo del día: Lucas 8:15.

MEDITACIÓN DIARIA

Quizá siempre miramos o le ponemos mayor atención solo a la parte de la semilla que cayó en buena tierra. Hoy, miremos la enseñanza del mismo Señor sobre las otras semillas para que reflexionemos a conciencia y nos fijemos en qué lugar del terreno nos encontramos.
La semilla es la Palabra de Dios que al compartirla, unos la escuchan pero el diablo no les deja germinar esa semilla porque los arrebata para su reino; éstos son los que están junto al camino. Otra parte cayó sobre  piedras: éstos son los que la reciben con euforia pero todo se va en emociones porque se secaron por falta de humedad. Era difícil que crecieran porque no tenían raíz alguna que las sustentara. Ante las pruebas y dificultades resolvieron abandonarla. Sigue la que cayó entre espinos y al crecer la buena semilla se ahogó: sucede con las personas que escuchan el mensaje de salvación pero prefieren seguir en el mundo que les brinda un camino ancho lleno de lujos, riquezas y ‘buena vida’ llamarían ellos, por lo tanto no crecen ni maduran espiritualmente; están ahogados en medio de las atracciones mundanas. Y por último está la semilla regada en buena tierra: los que escuchan la Palabra de Dios, la ponen en práctica y día tras día la abonan y riegan para que crezca, permanezca y dé abundante fruto. Fruto en la vida cotidiana que demuestre en todo lado que su árbol está plantado junto a corrientes de agua que la bañan copiosamente y sus hojas jamás se marchitan; fruto de labios no fingidos que aman, perdonan y exaltan; fruto de adoración a Dios, de gratitud y también de tristeza cuando peca.
¿En qué terreno cayó tu semilla? Te invito a hablar con Dios y hacerle saber la necesidad que tienes de dar un fruto que perdure y no se marchite.

Amado Señor: En verdad que he escuchado de Ti muchas veces pero nunca te he dedicado la atención debida. Hoy deseo con mi corazón sincero tenerte como el más grande y valorado tesoro. Quiero aprender tu Palabra y retenerla para que mi vida completa de un giro total y se llene del fruto bueno, apacible y delicioso que me ofreces. Gracias Buen Señor por escucharme.  

Un abrazo y bendiciones.

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