domingo, 3 de mayo de 2015

Para subirnos nuevamente a la barca




—Señor, si eres tú —respondió Pedro—, mándame que vaya a ti sobre el agua. 
Mateo 14:28.


Lectura: Mateo 14:22-36.  Versículo del día: Mateo 14:28.

MEDITACIÓN DIARIA

Después de la multiplicación de los cinco panes y los dos pescados, Jesús hizo que sus discípulos se adelantaran en la barca, mientras Él despedía a la multitud. Entonces, subió a un monte a orar y la barca se había alejado del lugar. Ya en la madrugada Jesús se acercó a ellos caminando sobre el agua, lo cual los aterrorizó, pensando que se trataba de un fantasma. “Pero Jesús les dijo en seguida: —¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo” (v. 27). Aun así, habiéndoles dicho el Señor que era Él, no le creyeron y Pedro le responde: “—Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre el agua” (v. 28). En efecto, Pedro bajó de la barca y caminó sobre el agua, “Pero al sentir el viento fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse” (v. 30).
A los cristianos en muchas situaciones les sucede lo mismo: Ven a Jesús más como un amuleto que como al Señor de sus vidas hasta que el mismo Señor con su amor característico los calma haciéndolos entender quién es Él en verdad, y lo escuchan diciéndole a cada uno: No tengas miedo. Ven a mí. Muy seguramente te bajas de la barca de tu vida y tienes toda la intención de refugiarte en sus brazos; caminas firmemente fijando tu mirada en la suya hasta que llegan los vientos fuertes que quizá se convierten en tormentas y ya, no hay nada que hacer; te empiezas a hundir y vuelve el temor del Jesús como amuleto. Ya no crees firmemente en el Jesús que te habló y te dijo que no temieras. Sigues hundiéndote en medio de aflicciones, tristezas, desengaños hasta que  no resistes más y como último recurso lanzas un grito suplicante: “¡Señor, sálvame!”. Y nuestro buen Jesús que estaba sufriendo y esperando por ti, solo te dice: “—¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (v. 31).  Sí; no nos digamos mentiras: a ti, a mí, a todos en algún momento nos ha tocado vivir la misma situación así no sea Jesús como amuleto, pero sí nos dejamos hundir.  Cuando la marea se pone tan alta nos sentimos desmayar y creemos no ver a Jesús por ningún lado. Tratamos de dar brazadas por nuestra propia cuenta sin lograr salir a flote hasta que no reconocemos, que en verdad hemos dejado al Señor en un rincón de nuestras vidas y volvemos en su auxilio. Entendamos que simplemente basta una mirada para retomar la barca.

Amado Señor: Perdona nuestra falta de fe; perdona las veces que hemos apartado la vista de Ti y nos hemos dejado hundir en el mar de los problemas y congojas. Pero también muchas gracias amado Jesús, porque estás tan pendiente que sólo basta una nueva mirada para que extiendas tus brazos y nos subas nuevamente a la barca, donde  con tu poder y gloria los vientos se calman y las tempestades cesan.

Un abrazo y bendiciones.

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