viernes, 22 de mayo de 2015

La grave consecuencia de la envidia



Coré, que era hijo de Izar, nieto de Coat y bisnieto de Leví, y los rubenitas Datán y Abirán, hijos de Eliab, y On hijo de Pélet, 2 se atrevieron a sublevarse contra Moisés, con el apoyo de doscientos cincuenta israelitas. Todos ellos eran personas de renombre y líderes que la comunidad misma había escogido. 
Números 16:1-2.


Lectura: Números 16:1-35.  Versículos del día: Números 16:1-2.

MEDITACIÓN DIARIA

Considero que la rebelión de Coré, Datán y Abirán se debió más que todo por la envidia que les generó no ser ellos los que ministraran como sacerdotes. Datán y Abirán ni siquiera eran de la tribu de Leví, que fue la escogida por Dios mismo para que además del sacerdocio que ejercían unos, fueran los encargados de todo lo concerniente con el culto. Coré como el resto de sus hermanos, que sí pertenecía a los levitas, tenía sus funciones propias pero no era sacerdote.
Miremos todo lo que la rebelión se lleva por delante: desobediencia, blasfemia, deslealtad y pasar por encima de una autoridad superior; en este caso la Divina. Una de las consecuencias es el separarnos de Dios; el que se rebela se descarría y por consiguiente no tiene a Dios ni a Cristo (2 Juan 9). El pecado de rebelión es grave; es abominación a Dios. Profesan conocerlo pero sus acciones los delatan; son incapaces de hacer algo bueno (Tito 1:16).
Por tanto: “Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón como sucedió en la rebelión” (Hebreos 3:15). Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). Nosotros no nos creamos diferentes al resto: también fuimos rescatados porque éramos necios y desobedientes; llenos de malicia y de envidia; estábamos descarriados y éramos esclavos del pecado. Pero por el amor y la bondad de Dios, nos salvó por medio de Jesucristo y ahora hemos sido regenerados por la obra del Espíritu Santo en cada uno (Tito 3:3-6). ¡Gloria a Dios!  Pero si aún hay envidia en tu corazón, es hora de parar y más bien escuchar su voz para ponerle la cara al pecado.  ¡Vuélvete a Él!

Amado Señor: Te pedimos perdón por tantas veces que nos hemos dejado llevar por la envidia, los celos, el egoísmo y sin pensarlo, nos hemos rebelado contra Ti. Permite que en nuestros corazones solo abunde la gracia que nos has regalado y que nuestra vida sea un estímulo para que otros se acerquen a tus pies. Gracias buen Dios por la obra regeneradora que has empezado y que terminarás con todos los que te aceptan como Señor y Salvador.

Un abrazo y bendiciones.

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