martes, 26 de mayo de 2015

Jesús también llora por los nuestros




¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste! 
Mateo 22:37.


Lectura: Mateo 22:1-39.  Versículo del día: Mateo 22:37.

MEDITACIÓN DIARIA

Siempre al leer este pasaje he pensado en lo que el Señor sufrió al ver que los suyos lo rechazaban; y hoy, el Señor me hace saber algo al respecto que comparto con ustedes.
El lamento del Señor por Jerusalén es conmovedor y tiene un fondo escatológico. Por ahora como meditación solo me atrevo a entender a mi Jerusalén propia: mi vida como tal; y a la Jerusalén que habita en el corazón de los que le conocen, con Jesús tratando de dar albergue, amor, calor y abrigo, pero nosotros mismos nos encargamos de desecharlo.  En la Jerusalén terrenal caminó el Señor Jesucristo. Allí también lo humillaron y maltrataron hasta crucificarlo cruelmente; pero también allí se produjo el maravilloso milagro de su resurrección para darles vida a judíos y gentiles. Así que todo el que se acerca a Él, el que lo acepta como Señor y Salvador  goza también de su victoria. La Jerusalén espiritual tiene que llegar a todos los que creemos en la terrenal. El Señor nos ordenó ir a llevar el mensaje de salvación, empezando por Jerusalén (Hechos 1:8) ¿Cómo está tu propia Jerusalén? ¿Todavía está esperando albergar a los tuyos y eres tú quien no has permitido que ese deseo se cumpla? Mi propia Jerusalén son mis allegados más cercanos, llámese familia o amistades y no todos han escuchado el mensaje de salvación. Es mi responsabilidad que así sea y espero que cada uno de ustedes tenga el mismo sentir.
Creo que si entendiéramos la profundidad del gemir del Señor por su ciudad, comprenderíamos igualmente la necesidad de los que nos rodean de una nueva vida con Jesús. En nuestras manos está; Jesús también está llorando por todos ellos.

Amado Señor: Perdona las innumerables veces que hemos callado y no te hemos proclamado como el Salvador, Rey y Señor que eres. De verdad nos avergonzamos porque no poseemos el coraje suficiente para levantarnos y hacer sentir tu voz de compasión y misericordia para que te conozcan. Te suplicamos que pongas en el corazón de cada uno, el querer como el hacer y no solamente con palabras que te anuncien, sino con nuestra propia vida como testimonio de que vives en nuestros corazones. ¡Gracias buen Señor!

Un abrazo y bendiciones. 

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