¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!Mateo 22:37.
Lectura: Mateo
22:1-39. Versículo del día: Mateo 22:37.
MEDITACIÓN DIARIA
Siempre al leer este
pasaje he pensado en lo que el Señor sufrió al ver que los suyos lo rechazaban;
y hoy, el Señor me hace saber algo al respecto que comparto con ustedes.
El lamento del Señor
por Jerusalén es conmovedor y tiene un fondo escatológico. Por ahora como
meditación solo me atrevo a entender a mi Jerusalén propia: mi vida como tal; y
a la Jerusalén que habita en el corazón de los que le conocen, con Jesús
tratando de dar albergue, amor, calor y abrigo, pero nosotros mismos nos
encargamos de desecharlo. En la
Jerusalén terrenal caminó el Señor Jesucristo. Allí también lo humillaron y
maltrataron hasta crucificarlo cruelmente; pero también allí se produjo el
maravilloso milagro de su resurrección para darles vida a judíos y gentiles. Así
que todo el que se acerca a Él, el que lo acepta como Señor y Salvador goza también de su victoria. La Jerusalén
espiritual tiene que llegar a todos los que creemos en la terrenal. El Señor
nos ordenó ir a llevar el mensaje de salvación, empezando por Jerusalén (Hechos
1:8) ¿Cómo está tu propia Jerusalén? ¿Todavía está esperando albergar a los
tuyos y eres tú quien no has permitido que ese deseo se cumpla? Mi propia
Jerusalén son mis allegados más cercanos, llámese familia o amistades y no
todos han escuchado el mensaje de salvación. Es mi responsabilidad que así sea
y espero que cada uno de ustedes tenga el mismo sentir.
Creo que si entendiéramos
la profundidad del gemir del Señor por su ciudad, comprenderíamos igualmente la
necesidad de los que nos rodean de una nueva vida con Jesús. En nuestras manos
está; Jesús también está llorando por todos ellos.
Amado Señor: Perdona
las innumerables veces que hemos callado y no te hemos proclamado como el Salvador,
Rey y Señor que eres. De verdad nos avergonzamos porque no poseemos el coraje
suficiente para levantarnos y hacer sentir tu voz de compasión y misericordia
para que te conozcan. Te suplicamos que pongas en el corazón de cada uno, el
querer como el hacer y no solamente con palabras que te anuncien, sino con
nuestra propia vida como testimonio de que vives en nuestros corazones.
¡Gracias buen Señor!
Un abrazo y
bendiciones.
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