Pon un cerco alrededor del monte para que el pueblo no pase. Diles que no suban al monte, y que ni siquiera pongan un pie en él, pues cualquiera que lo toque será condenado a muerte.Éxodo 19:12.
Lectura: Éxodo
19:1-25. Versículo del día: Éxodo 19:12.
MEDITACIÓN DIARIA
Por la gracia que se
nos ha dado, nosotros ahora podemos sin ningún temor acercarnos al monte Sión,
a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios viviente. “Se han acercado a
millares y millares de ángeles, a una asamblea gozosa, a la iglesia de los
primogénitos inscritos en el cielo. Se han acercado a Dios… a Jesús, el
mediador de un nuevo pacto; y a la sangre rociada, que habla con más fuerza que
la de Abel” (Hebreos 12:22-24).
No tenemos necesidad,
de montes, templos ni de cosas materiales, porque nuestro mediador, el Señor
Jesucristo mora en nosotros y tenemos el acceso directo a Dios. Al pueblo de
Israel se les prohibió incluso poner un pie sobre el cerco del monte y para el
momento en que el Señor se les manifestaría hubo no solo un toque muy fuerte de
trompeta, también relámpagos, truenos y el monte se cubrió de humo (vv. 16-19
en la lectura). “Tan terrible era este espectáculo que Moisés dijo: Estoy
temblando de miedo” (Hebreos 12:21). Cuando Jesús murió también ocurrieron
hechos parecidos: la tierra se oscureció, tembló y las rocas se partieron; el
velo del templo se rasgó en dos, precisamente para que ya tuviéramos ese acceso
directo: “Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena
libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él
nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo (Hebreos
10:19-20).
No despreciemos tan
sublime regalo; somos exclusivos y privilegiados: podemos hablar sin temor
alguno y con toda confianza con nuestro Padre Celestial. Él es el mejor ‘Papito’
del mundo, gracias al Señor Jesús que nos abrió el camino. Ahora somos el
templo; templo del Espíritu Santo quién mora en nosotros (1 Corintios 6:19).
Tenemos todo al alcance, no desperdiciemos el tiempo que dediquemos para
conversar con Papito Dios y contarle todas nuestras alegrías y percances. No
dudemos en buscarle; Él como buen Padre espera esos momentos exclusivos.
Amado Papito Dios:
Gracias porque por tu amor y misericordia al enviar a tu Hijo amado al mundo,
nos abriste las puertas para una comunicación directa. No queremos hablar
contigo como un ritual ni repetirte palabras sin sentido; deseamos que cuando
nos acerquemos a Ti, nuestra oración fluya con respeto, confianza y agradecimiento
por todo lo que a diario nos ofreces. ¡Gracias Padre por tan extraordinario
privilegio!
Un abrazo y
bendiciones.
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