lunes, 24 de noviembre de 2014

La humildad, contraria al orgullo




Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia. 
Mateo 5:5.


Lectura: Mateo 5:1-12.  Versículo del día: Mateo 5:5.

MEDITACIÓN DIARIA

Muchos consideran que esta humildad de la que habla la Biblia se refiere a la persona que no posee bienes materiales pero no es así. Es la humildad del corazón. Entre otras cosas he conocido gente demasiado pobre pero que de humildad no tienen lo más mínimo; al contrario, son arrogantes y altivos. Creo que la humildad va ligada a la mansedumbre, a la nobleza, a la benignidad. Esta humildad es completamente contraria al orgullo. Es entender que no somos nada y Dios lo es todo; concientizarnos que si tenemos algo sea material, intelectual e incluso espiritual es porque Dios nos ha provisto de ello. No podemos robarle a Dios el crédito de sus obras y atribuírnoslas. La gloria le corresponde a Él. Nada de lo que decimos tener nos pertenece y nada hubiera sido posible sin la mano intermediaria de Dios para realizarla.
Precisamente ayer en la Iglesia aprendí que el orgullo es sutil; nos hace creer que no lo somos cuando en realidad sí hemos permitido que muchas veces se cuele en nuestras vidas. Por ejemplo: cuando estamos equivocados y no lo aceptamos; o cuando siempre esperamos que nos reconozcan todo lo que hacemos. También es una muestra de orgullo no reconocer que somos pecadores y que no necesitamos de Dios. La Biblia afirma lo siguiente: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18 RVR 1960); en otras versiones dice que: “La soberbia precede al fracaso; la arrogancia anticipa la caída”. Soberbia, altivez y arrogancia son prácticamente sinónimos y fue lo que caracterizó a Satanás en su rebelión; por consiguiente cuando caemos en esto, estamos pecando. Pidámosle a Dios un espíritu humilde que siempre nos acompañe, porque somos los herederos de la tierra prometida.

Amado Señor: Te pedimos perdón por las veces que nos hemos dejado llevar por el orgullo y se nos ha olvidado de dónde nos sacaste y en dónde nos tienes ahora por tu infinita misericordia y amor. Pon en nosotros un espíritu humilde que nos permita reconocerte continuamente como el único Dios y Señor, dador de talentos y virtudes; dueño absoluto no solo de la vida sino de todo el oro y la plata del mundo.

Un abrazo y bendiciones.

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