martes, 14 de octubre de 2014

Tu Palabra en torno a un propósito definido




Enséñame, Señor, a seguir tus decretos, y los cumpliré hasta el fin. 
Salmo 119:33.


Lectura: Salmo 119:33-48.  Versículo del día: Salmo 119:33.

MEDITACIÓN DIARIA

Ayer tuve la oportunidad de reencontrarme con las que fueron mis raíces en el cristianismo, por una Convención en la que estaban reunidos los de la iglesia que surgió mucho después de la que fue mi primer escalón en este andar con el Señor. Fue muy gratificante para mí, el ver a quienes fueron en otra época jóvenes como yo, reunidos con sus familias y todos a la vez, proclamando el nombre de nuestro amado Señor Jesús. Al entrar a ese recinto, mi primer pensamiento lo asocie con la visión que tuve cuando mi madre murió y yo llegaba al cielo, donde allí solamente se alababa y honraba a nuestro Dios. Pensé: ‘Así estaremos cuando todos lleguemos a la meta final; no habrá distinción de denominaciones, de razas, lenguas, clases sociales ni nación. Todos seremos uno en Cristo y todos confesaremos que Jesús es el Señor’. La predicación me conmovió y tocó lo más íntimo de mi ser, y hubo algo que me impactó fuertemente cuando el exponente dijo que el propósito de la Biblia es entender mi identidad como hijo(a) de Dios. Entender explícitamente el propósito de Dios conmigo y lo que Él quiere de mí, para llegar a la conclusión de lo que siempre ha sido el énfasis de esta mi primera iglesia: cumplir la gran comisión en esta generación. El mundo tiene que ver en nosotros a Cristo para que el mundo crea.
Por eso al leer el Salmo 119 encuentro que definitivamente la Palabra de Dios, enmarca de principio a fin, el propósito de Dios en cada creyente. Tenemos que volcarnos a ella y pedirle al Señor que nos enseñe a cumplir sus decretos para cumplirlos hasta el fin; para poder acercarnos aún a reyes y hablarles de nuestro Dios sin temor ni vergüenza alguna, porque amamos sus mandatos (vv. 46-47 en la lectura) y eso es lo que se nos ha mandado hacer (Mateo 28:19-20).
Roosevelt (el predicador), concluyó la conferencia diciendo que la historia termina en una grandiosa fiesta de la que seremos partícipes todos los cristianos: Las bodas del Cordero. ¡Bendita esperanza la que nos aguarda!  Es allí donde uniremos nuestras voces a las de millares y millares alabando y dando honra a nuestro Gran Dios y Señor (Apocalipsis 19:6-8). Igual a la impresión que tuve al llegar. ¡Gloria a Dios!

A Ti, Señor; solamente a Ti, es toda alabanza gloria, honor y victoria. Únicamente Tú eres digno de recibir toda la adoración de tu pueblo. Enséñanos a cumplir tu mandato para llevar al mundo el mensaje de salvación y que muchos más se puedan sumar en la participación del banquete celestial.

Un abrazo y bendiciones.

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