sábado, 18 de octubre de 2014

La protección de Dios es una realidad innegable




El Señor es quien te cuida, el Señor es tu sombra protectora. 
Salmo 121:5.


Lectura: Salmo 121:1-8. Versículo del día: Salmo 121:5.

MEDITACIÓN DIARIA

NOTA: Antes de empezar con el devocional de hoy, les pido que cambien en el de ayer: ese “huir de ahí”, por “buscar otras alternativas”. Gracias.

La incertidumbre nos acecha al ver el mundo alborotado y nos preguntamos ¿cómo será el mañana? ¿Qué pasará con nuestro país, con el mundo en general? ¿Qué vivirán nuestros hijos y nietos?  No podemos dudar de la protección de Dios, hay una promesa de cuidarnos y protegernos sea de día o de noche, en el hogar o en el camino (vv. 6 y 8), porque estamos en sus manos: “Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano” (Salmo 139:5).  Tenemos que tener la convicción de que Dios cuida de nosotros y que jamás nos dejará o abandonará; esa certeza es la que tenemos que transmitir a los que nos siguen. Por eso es tan importante el legado espiritual que les dejemos; no solo para que confíen en el Señor, sino también para que a pesar de ver lo que se vea, no se desanimen ni se desvíen: “Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:6-7).
La Palabra de Dios no es para encapsularla y guardarla en un cofre; es para tenerla siempre a flor de piel, para llevarla consigo a donde quiera que vayamos. La Palabra de Dios es nuestro alimento diario, nuestra arma contra el enemigo y el baluarte para refugiarnos. “Yo le digo al Señor: Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío” (Salmo 91:2). Pueden venir vientos, tormentas o terribles huracanes, pero nuestra fe debe de estar bien cimentada sin temor alguno. En el corazón se debe depositar  la convicción inquebrantable de quién es el que está en nosotros. “Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra” (v. 2 en la lectura).

Amado Señor: Gracias porque eres el refugio seguro. Porque tu presencia en nuestras vidas nos quita todo temor y angustia; porque debajo de tus alas hallamos calor, abrigo y protección.

Un abrazo y bendiciones.

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