lunes, 28 de julio de 2014

Seamos consecuentes con lo que hablamos



Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor. 
Josué 24:15.


Lectura: Josué 24:1-28.  Versículo del día: Josué 24:15.

MEDITACIÓN DIARIA

Después de haber conquistado la tierra prometida y de haberla repartido entre las tribus de Israel, Josué reunió a todo el pueblo para recordarles como Dios había escogido a  través de Abraham y su descendencia a ese pueblo que ahora era numeroso, y cómo los había llevado hasta allí a poseer la tierra que fluye leche y miel.  Les ordenó: “Por lo tanto, ahora ustedes entréguense al Señor y sírvanle fielmente. Desháganse de los dioses que sus antepasados adoraron al otro lado del río Éufrates y en Egipto, y sirvan sólo al Señor” (v. 14).  Resueltamente les dijo que si ellos no lo hacían, su familia y él sí servirían al Señor.  El pueblo vez tras vez, le hizo saber que ellos harían lo mismo y le serían fieles al Señor Dios de Israel (vv. 16, 18, 21 y 24).  “Desháganse de los dioses ajenos que todavía conservan. ¡Vuélvanse de todo corazón al Señor, Dios de Israel!” (v. 23), les insistió Josué.  Mientras que Josué y los jefes que él tuvo, vivieron, así sucedió.  Más adelante la Escritura nos demuestra todo lo contrario.
Quizá a nosotros nos suceda de igual manera. Podemos ser ahora consecuentes con la Palabra de Dios y querer ser fieles con el Señor sin límite alguno y lo repetimos sin cesar.  ¿Pero es verdad? Con el correr y el vaivén de los tiempos, vamos dejando a un lado aquello que profesamos un día, y que a pesar de las maravillas que nos demuestra (también nos ha sacado de áridos desiertos para llevarnos a pastos delicados), no cumplimos lo pronunciado cuando lo recibimos como Salvador personal. ¿En dónde está aquello de ‘hazme una persona nueva’? Si el Señor va a plasmar su voluntad en nosotros, nos tiene que quitar aquello que está ahogando la semilla sembrada, pero nos cuesta aceptar su decisión. 
Reflexionemos y que sea una realidad, que tanto mi familia como yo le sirvamos como Él merece que lo hagamos. Dejemos a un lado esos ‘dioses’ que interfieren en el andar diario y démosle cabida al Único que en verdad puede conducirnos por el mejor camino.

Amado Señor: Perdónanos porque también somos inconsecuentes con lo que te hablamos o prometemos. Por favor, sigue haciendo tu obra regeneradora en cada uno de nosotros y aléjanos de todo aquello que nos aparte de ti.

Un abrazo y bendiciones.    

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