miércoles, 1 de mayo de 2013

El Inigualable Señor



Los lazos de la muerte me enredaron; me sorprendió la angustia del sepulcro, y caí en la ansiedad y la aflicción. Entonces clamé al Señor: ¡Te ruego, Señor, que me salves la vida! 
Salmo 116:3-4.


Lectura: Salmo 116:1-19.  Versículo del día: Salmo 116:3-4.

MEDITACIÓN DIARIA

Solamente cuando hemos estado al borde de la muerte podemos decir igual que el salmista.  En momentos decisivos y angustiosos, las palabras de los galenos que por su estudio en lo concerniente confiamos, llegan como dardos queriéndonos intimidar y es ahí cuando caemos en la aflicción y la ansiedad, sintiendo que la muerte nos rodea.  Pero ¡gloria a Dios! “¿Dónde está, oh muerte tu victoria?” (1 Corintios 15:55).  Gracias a Dios, tenemos al Señor Jesucristo quien nos da la victoria y su Palabra nos lo confirma (1 corintios 15:57)  Clamamos a nuestro amado Señor y Él no se hace esperar: “¡Ya puedes, alma mía, estar tranquila, que el Señor ha sido bueno contigo!  Tú me has librado de la muerte, has enjugado mis lágrimas, no me has dejado tropezar.  Por eso andaré siempre delante del Señor en esta tierra de los vivientes” (vv. 3 en la lectura).  
Al sentir su presencia y ver su respuesta, surge en nosotros la misma pregunta y a la vez el salmista nos da contestación: “¿Cómo puedo pagarle al Señor por tanta bondad que me ha mostrado?  ¡Tan sólo brindando con la copa de salvación e invocando el nombre del Señor!  ¡Tan sólo cumpliendo mis promesas al Señor en presencia de todo su pueblo!” (vv. 12-14).  La contestación es muy fácil: La gratitud se la podemos manifestar cumpliendo los votos que le hicimos de ir a testificar a los otros, a los de su pueblo, a su iglesia, el poder soberano de nuestro Dios.  Podemos ufanarnos de muchas cosas: nuestro Dios es el Dios de los imposibles, no hay otro como Él. Cuando la ciencia dice: “no”; se levante imponiendo su autoridad y dice: “Sí”. Nuestro Dios es el mejor médico y abogado del cual yo puedo dar referencias excelentes. 
Tú también puedes clamarle y te escuchará; búscale sinceramente. ¡Él no cambia, es inmutable!

Amado Señor: Mi satisfacción más grande es poder compartir lo que has hecho con mi vida y aun lo que continúas haciendo. Gracias mi buen Señor.  ¡Eres Inigualable!

Un abrazo y bendiciones.

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