miércoles, 31 de octubre de 2012

Somos su herencia eterna



Pero ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó Israel: ‘No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío’. 
 Isaías 43:1.


Lectura diaria: Isaías 43:1-7.  Versículo principal: Isaías 43:1.

REFLEXIÓN

El mismo Dios que buscó a Abraham para sacar de él al que sería su pueblo amado, el mismo que más adelante viendo la opresión del faraón sobre Israel buscó a Moisés para liberarlos de la esclavitud, el mismo que amó a David y lo puso por rey dándole a todas sus generaciones tremendo legado hasta encontrarse con el Rey de reyes y Señor de Señores, es el Dios que hoy nos está hablando.  Este Dios, también es el nuestro. Somos “su Jacob”; somos “su Israel”.
En la antigüedad era su pueblo, su nación consentida (y todavía lo sigue siendo, aunque el mundo no lo entienda), pero por su gran amor ahora nosotros que somos injertos en Abraham, también somos su herencia eterna.  Estas palabras dichas a su pueblo son también para su iglesia, porque: “Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús”; “Y si ustedes pertenecen a Cristo, son la descendencia de Abraham y herederos según la promesa” (Gálatas 3:26 y 29).  Dice también Pablo en su carta a los romanos: “Ahora participas de la savia nutritiva de la raíz del olivo… Y si te jactas de ello, ten en cuenta que no eres tú quien nutre a la raíz, sino la raíz que te nutre a ti” (Romanos 11:17c-18).  Pedro también nos lo confirma: “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios” (1 Pedro 2:9).
No hay la menor duda: Con amor eterno nos ha amado y buscado (Jeremías 33:1), hasta encontrarnos y ponernos nombre.  Por eso como todo papito del mundo, Dios, el mejor Padre nos conoce y nos  llama a cada uno por ese  nombre que Él nos puso porque somos suyos.  “Te he llamado por tu nombre; tú eres mío”.  ¡Qué orgullosa me siento de ser su hija!   ¡Cuando te llame, escúchale porque quiere hablar contigo!

Mi Dios amado: Gracias por haberme buscado tú a mí y por haberme permitido conocerte como el Padre ejemplar que eres.  Gracias por el nombre que me diste y saber que siempre me llamarás así, porque soy tu herencia eterna.

Un abrazo y bendiciones. 

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