martes, 16 de octubre de 2012

¡Tú Señor, mantienes en alto mi cabeza!



Pero tú, Señor, me rodeas cual escudo; tú eres mi gloria; ¡tú mantienes en alto mi cabeza!  
 Salmo 3:3.


Lectura diaria: Salmo 3:1-8.  Versículo principal: Salmo 3:3.

REFLEXIÓN

Mis sobrinos de pequeños tenían un perro Pastor Collie y cuando los mandaban a la calle por algún encargo, el perrito se iba rodeándolos todo el camino. Si me era hermoso e impresionante ver este espectáculo, ¿cuánto más me parecerá el saber que el Señor nos va rodeando con su escudo?   Él está alerta para defendernos ante cualquier ataque del enemigo.  No solamente eso, es nuestra gloria; por Él triunfamos, por Él cosechamos éxitos y por Él nuestra cabeza no se agacha, está siempre erguida. 
Mantener la cabeza en alto, es misericordia del  Señor; es vivir sabiendo que somos especiales, que tenemos el sello del Espíritu Santo; que nada ni nadie podrá hacernos daño si no es con el permiso de nuestro Padre celestial, porque: Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí? (Romanos 8:31).  Es tener la certeza que no existirá ninguna cosa creada que nos pueda separar de su amor (Romanos 8:38-39).  Deuteronomio 28:13 dice: “El Señor te pondrá a la cabeza, nunca en la cola.  Siempre estarás en la cima, nunca en el fondo”; y si estamos en la cima es porque con orgullo del sano podemos exclamar: ¡Mi Señor me tiene ahí!
Ante las adversidades es el Señor quien nos sostiene y nos vive recordando su amor y compasión.  Con su voz amorosa nos infunde nuevas fuerzas para que tengamos la confianza y seguridad de seguir adelante.  “El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda” (Salmo 28:7).
Si nuestra relación con Dios está marchando bien, no podemos decir que somos fracasados,  somos victoriosos; victoriosos en Cristo Jesús, ¡más que vencedores por medio de Aquel que nos amó!  Vamos bien derechos con la frente en alto y ufanándonos de las bondades del Señor. 

Él es mi Dios amoroso, mi amparo, mi más alto escondite, mi libertador, mi escudo, en quien me refugio.  Él es quien pone los pueblos a mis píes” (Salmo 144:2); por eso te daré gracias con mi corazón gozoso porque en cada instante de mi vida estás ahí, manteniendo en alto mi cabeza.

Un abrazo y bendiciones.

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