Los lazos de la muerte me envolvieron; los torrentes destructores me abrumaron. Me enredaron los lazos del sepulcro, y me encontré ante las trampas de la muerte.Salmo 18:4-5.
Lectura diaria: Salmo
18.1-19. Versículos principales: Salmo
18:4-5.
REFLEXIÓN
Las trampas de la muerte llegan
en el momento menos esperado, porque son eso: trampas que el enemigo nos pone
por delante para ver si sucumbimos en ellas y nos dejamos arrastrar por el
desaliento, la angustia y depresión.
Exactamente así me encontré yo en
mi última enfermedad: sintiendo que la muerte me rodeaba, que se acercaba a mí
como queriéndome arrastrar, pero “¿dónde esta oh muerte tu victoria?” (1
Corintios 15:55 ). Sí, porque como sigue
el Salmo: “En mi angustia invoqué al Señor; clamé a mi Dios, y él me escuchó
desde su templo; ¡mi clamor llegó a sus oídos!” (v. 6). –No solamente clamé yo, muchos de ustedes que
siguen este devocional me ayudaron con sus oraciones; e incluso, Dios puso en
el corazón de otras personas aun sin conocerme, el orar por mi salud. Muchas gracias a todos; el Señor sabrá
recompensarles por este detalle tan hermoso y mis oraciones también por
ustedes–.
En medio del dolor y de la
angustia, cuando no tenemos a quién recurrir, y estamos en manos de los médicos
que también se pueden equivocar, recordamos a Aquel que murió en una cruz y
sufrió todo el peso de nuestros dolores: Por sus heridas fuimos sanados (Isaías
53:5). “La muerte ha sido devorada por
la victoria” (1 Corintios 15:54c). Sí,
el Señor Jesús, quien con su muerte y resurrección derrotó a la muerte misma, nos ha dado a sus seguidores este parte de
victoria y es quien está listo a tendernos su mano poderosa; porque cuando los
médicos, la ciencia y las experiencias pasadas dicen: “No”, Dios dice: “Sí”,
porque para Él no hay imposibles: “Extendiendo su mano desde lo alto, tomó la
mía y me sacó del mar profundo”; “Me sacó a un amplio espacio, me libró porque
se agradó de mí (vv. 16 y 19 en la lectura).
Sin tener por qué hacerlo, Él me escuchó.
Si estás en una situación parecida,
desde aquí te digo que el Médico de médicos se llama Jesús de Nazaret; solo hay
que voltear los ojos hacia su Presencia y te encontrarás con la respuesta llena
de su compasión y misericordia porque somos preciosos para Él. ¡Hazlo, no lo dudes!
¡Cuánto te amo, Señor, fuerza
mía! Tú eres el poder que me salva y
cada día me envuelves con tus bendiciones.
Tu protección no se hace esperar; siempre estás ahí, pendiente, y con tu
oído atento a escuchar mi súplicas. ¡Te
alabo Señor, te adoro por tu grandeza y poder!
Un abrazo y bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario