Cuando te vengan buenos tiempos, disfrútalos; pero cuando te lleguen los malos, piensa que unos y otros son obra de Dios, y que el hombre nunca sabe con qué ha de encontrarse después.Eclesiastés 7:14.
Lectura diaria: Eclesiastés
7:1-15. Versículo principal: Eclesiastés
7.14.
REFLEXIÓN
Los tiempos buenos hay que
aprender a disfrutarlos pero no debemos desechar los malos, porque alguna
lección nos dejará. El pueblo de Israel
durante su peregrinaje por el desierto, se privó de muchas cosas pero el entrar
a la tierra prometida sería muy diferente: abundarían la leche y la miel.
Nosotros somos ahora el pueblo de
Dios; el desierto son todas esas situaciones críticas que pasamos y no es fácil
estar en medio de él. Sin embargo, el
Señor siempre nos da la salida a todos los obstáculos y calamidades que se nos
presentan. Debemos es ser consientes de
lo que Dios quiere de cada uno cuando nos encamina por tierras áridas “…Dios te
llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para ver
lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos” (Deuteronomio
8:2). ¿Cómo nos comportamos ante las
situaciones adversas? ¿Qué sale del
corazón en esos momentos: ira, enojo, maldición, desobediencia, rebeldía? Recordemos que Dios pesa los corazones.
La vida del cristiano tiene un
propósito y el tiempo del desierto no se escapa de él. El apóstol Pablo nos enseña que hay que estar
siempre alegres, cualquiera que sea la situación en la que nos encontremos
(Filipenses 4:4). O sea, tenemos que
aprender a gozarnos en las buenas y en las malas, porque eso es lo que Dios quiere. A Pablo no le tocó fácil llevar el ministerio
de la evangelización y aprendió a contentarse cualquiera que fuera su situación:
en la pobreza o en la riqueza (Filipenses 4:11), invariablemente estaba
satisfecho.
Aprendamos dos cosas al respecto:
A no dejar pasar los buenos momentos por pequeños que sean, sin sacarle el
mayor provecho, especialmente si se trata de estar con los seres queridos. Pero también recordemos que si llegan los
malos, los manda el Señor y jocosamente darles “la bienvenida”, buscando el
propósito y lecciones que Dios quiere mostrarnos.
Amado Señor: Somos tu pueblo y tú
nos amas pero nos disciplinas también. Te
agradecemos las ricas bendiciones con las que diariamente nos honras. Prepáranos de tal manera que cuando tengamos
que atravesar el desierto, el Agua de vida que eres tú, nos calme y sostenga
para cruzarlo victoriosamente. Gracias
Señor porque si no fuera por ellos, no veríamos reflejada tu gloria en nuestras
vidas.
Un abrazo y bendiciones.
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