sábado, 3 de diciembre de 2011

Paz, paz y más paz

Y ahora por mis hermanos y amigos te digo: ¡Deseo que tengas paz!
Salmo 122:8.


Lectura diaria: Salmo 122:1-9. Versículo para destacar: Salmo 122:8.


ENSEÑANZA


Es tiempo de Navidad, de regocijo, alegría, perdón, reconciliación y de paz. El Salmo 122 es un llamado a orar por la paz, no solo la de Jerusalén sino por la paz a nuestro alrededor. Primero que todo debemos estar en paz con Dios para poder transmitirla a los demás. Nuestra paz interior es fundamental para ofrecerla a otros de igual manera. Es bien cierto que las diferentes circunstancias que se presentan en la vida nos quitan la paz; la lucha diaria influye en nuestro estado de ánimo pero gracias a Dios lo tenemos a Él, quien es el que nos conoce perfectamente y entiende cuánto nos afectan los problemas. El Señor vino a dejarnos su paz; de antemano sabía que en el mundo tendríamos aflicciones pero nos dice en su Palabra que en Él hallamos la paz y Él ya ha vencido al mundo (Jn. 16:33).

El primer círculo donde nos movemos es el hogar, y allí comienza la paz. Si en la familia que es la célula principal de la sociedad no reina la paz, ¿cómo vamos a pretender que nuestra ciudad o nación la ofrezcan? La descomposición social es precisamente el germen que se va regando y pulula dejando a su paso robos, hurtos, violaciones y otros tipos de desordenes en las esferas más necesitadas de la sociedad; mientras que en las altas, en las de cuello blanco, resalta el mismo robo pero con otro nombre: peculado, malversación de fondos etc., corrupción por todas partes y ésto causa la injusticia social que no nos permite tener la tan anhelada paz.

Sí, es un deber de todo cristiano orar por la paz de Jerusalén. Sin embargo, recordemos que la primera Jerusalén es nuestra casa. No dejemos de hacer lo uno sin dejar de hacer lo otro. Aprovechemos esta época para unir lazos de amor, de comprensión, de tolerancia y de bienestar. Es el tiempo preciso para perdonar y pedir perdón; para reconciliarnos con el hermano agraviado o con el padre olvidado. Cuando el Señor nació los ángeles alababan a Dios proclamando: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad” (Lc. 2:14). Jesús quiere darnos su paz, seamos humildes y recibámosla que harta falta nos hace. Cuando la obtengamos, compartámosla para que sean muchos los que puedan gozar de su buena voluntad: de gotita en gotita la tierra se llenará de paz.


Te invito a que conozcas a Aquel que vino ofreciendo su paz: al Señor Jesucristo. Si nunca antes le has permitido el ingreso a tu vida, este puede ser el momento preciso para hacerlo. Por favor dile así:


Señor Jesucristo: Yo te necesito. Te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador. Toma el control del trono que hasta ahora yo manejo, perdona mis pecados y hazme de acuerdo a tu santa voluntad. Gracias Señor por venir a morar conmigo, perdonarme y salvarme; gracias porque tu presencia en mi vida me da la paz necesaria para afrontar las dificultades. Enséñame también a vivir en paz con mis hermanos. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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