martes, 20 de diciembre de 2011

Cántico de adoración

Entonces dijo María: –Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí. ¡Santo es su nombre!
Lucas 1:46-47 y 49.


Lectura diaria: Lucas 1: 46-56. Versículos para destacar: Lucas 1:46-47 y 49.


ENSEÑANZA


María en el encuentro con Elisabet reconoce la grandeza de Dios y llena de alegría eleva hacia Él un cántico de adoración. Se siente tan amada por Dios, que solo tiene palabras de agradecimiento. María muy seguramente era una mujer entregada a la oración y esperaba como todos los de su pueblo la redención a través del un Salvador; quizá lo que no se imaginaba era que este Rey de reyes vendría primero como el Mesías sufriente y nacería humildemente entre pajitas en un establo, razón por la cual muchos judíos no creyeron en Él, pues añoraban un rey poderoso que viniera a librarlos del yugo de los romanos.

El Señor Jesús también viene a nuestra vida de manera humilde y sin hacer tanto alarde de su Nombre; sin embargo cada día que vivimos a su lado es una nueva y maravillosa experiencia que nos permite reconocer su grandeza y adorarle y bendecirle como se lo merece. El solo hecho de un nuevo amanecer con vida es motivo para darle gracias y exaltarle por lo que es y por lo que hace con cada uno. Tampoco somos merecedores de tanta gracia y de que haya puesto su mirada en nosotros. Ante Él no somos nada y sin embargo nos cuida y ama como a la niña de sus ojos. Estamos en su mano y de ella nadie nos puede arrebatar. Su amor sobrepasa todo entendimiento y ni las muchas aguas pueden apagarlo. Al igual que María tenemos motivos para enorgullecernos y exclamar como ella: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Sí, así es. El salmista nos enseñó a adorarle con mente, corazón y boca: “Alaba, alma mía, al Señor. Alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba alma mía al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Sal. 103:1-2). Mientras vivamos siempre tendremos una inspiración para alabarle: “Todos los días te bendeciré; por siempre alabaré tu nombre” (Sal. 145:2).

Aprendamos a reconocer nuestra bajeza y a hacer el mejor sacrificio y del cual se agrada Dios: la alabanza. La alabanza es el fruto natural de un corazón agradecido por las bendiciones recibidas y cuyo objetivo principal debe ser la adoración a nuestro Dios. “ofrezcamos continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre” (Heb. 13:15). Reflexionemos: ¿Es la alabanza una realidad diaria en nosotros? ¿Le alabamos cualquiera que sea la situación o el momento que estemos viviendo? Si no es así, propongámonos a hacerlo porque “Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder”; “¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!” (Ap. 4:11 y 5:12).


Si estás leyendo este devocional no es porque sí. Dios ha puesto también los ojos en ti para que entres a formar parte de su reino y le alabes como al Salvador que es. Te invito a que hagas una corta oración y le entregues su vida. Dile así:


Señor Jesús: Yo te necesito. Te abro la puerta de mi vida y te recibo ahora como mi suficiente Señor y Salvador. Perdona mis pecados y hazme de acuerdo a tu santa voluntad. Gracias Señor por venir a mí, por perdonarme y darme la salvación; gracias también por enseñarme a adorarte como lo mereces. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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