miércoles, 7 de diciembre de 2011

Palabras a la ligera

Señor –insistió Pedro– ¿por qué no puedo seguirte ahora? Por ti daré hasta la vida. –¿Tú darás la vida por mí? ¡De veras te aseguro que antes de que cante el gallo me negarás tres veces!
Juan 13:37-38.


Lectura diaria: Juan 13:31-38. Versículos para destacar: Juan 13:37-38.



ENSEÑANZA


Quizá muchos somos o en ocasiones hemos sido igual que Pedro. Nos hemos dejado llevar por emociones y hablamos más de la cuenta. Si es muy serio hacerlo con el prójimo, ¿cuánto más cuando se trata del Señor? En una ocasión escuché a un pastor hablar sobre el tema y hacía reflexionar a su feligresía sobre todo lo que decíamos y no cumplíamos; para la muestra, nos repetía muchas canciones. Recuerdo haberle escuchado la canción de “Renuévame”; cuando el Señor empezaba a renovarnos muy seguramente llegarían nuevas pruebas y empezaríamos a quejarnos y a hacerle preguntas al Señor de ¿por qué, por qué, por qué? ¿Pero no le habíamos dicho que ya no queríamos ser igual? Lo hermoso de todo es que el Señor que nos conoce completamente, nos da también la salida a todos estos percances. Sin embargo, debemos aprender a no ser ligeros en el hablar: “hay que pensar para hablar y no hablar para pensar”, especialmente cuando se trata de hacer votos al Señor. Dice Eclesiastés: “No te apresures, ni con la boca ni con la mente, a proferir ante Dios palabra alguna” (Ec. 5:2); y más adelante concluye que mejor es no prometer que prometer y no cumplir (Ec. 5:5).

Pedro de carácter impulsivo habla dejándose llevar por sus sentimientos, pero a la hora de la verdad hace lo contrario. Tal vez, había estado con su Maestro durante todo su ministerio, le conocía y aceptaba su enseñanza pero aún era débil en la fe. Más adelante, después de la resurrección, el Señor mismo se encarga de restituirlo preguntándole las mismas veces que lo había negado, si en verdad lo amaba a Él. A Pedro le dolió que por tercera vez le preguntara y muy sinceramente le contesta: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” (Jn. 21:17). Muchos de nosotros, hemos hablado por hablar y también nos ha costado lágrimas, igual que al apóstol. Fallamos especialmente con la lengua; luego el Espíritu Santo quien nos escudriña nos muestra el pecado y nos embarga tristeza y desilusión de nosotros mismos. Gracias a Dios, Él es fiel, perdonador y misericordioso y nos encuentra la salida exacta para volver a quedar en paz con Él y si es del caso, con el agraviado. La vida cristiana está basada en Dios y su Palabra, es la máquina que nos mueve y el combustible es la fe, sin ella la máquina no se mueve. El vagoncito va detrás como resultado de nuestra fe y obediencia. El tren se mueve con o sin el vagón. Cuando conocí al Señor, esta fue la manera como me ilustraron el andar cristiano.

En nuestro estudio lo importante es reconocer que la vida cristiana no puede ser controlada por sentimientos porque estos tienden a fallar: bajan y suben constantemente; debe estar en manos exclusivas de Dios quien es inmutable y por ese camino nos llevará. Así que aprendamos a no hablarle al Señor a la ligera, prometiendo lo que no vamos a cumplir porque Él no puede ni acepta ser engañado ni burlado.


Déjame presentarte a Jesús de Nazaret como el Redentor de la humanidad. Él quiere hacer de ti una persona nueva si le permites entrar a vivir contigo. ¿Deseas hacerlo? Si tu respuesta es afirmativa te invito a orarle así:


Señor Jesucristo: Yo te necesito. Te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador. Perdona mis pecados; te entrego el trono que hasta ahora yo manejo para que hagas de mí la persona que quieres que yo sea. Dirige mi vida de acuerdo a tu santa voluntad. Gracias Señor por hacerlo. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

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